sábado, 23 de diciembre de 2006

Regalamos un libro

Saliendo del metro en la parada de Turia, como casi todas las mañanas, me he encontrado con la amable señorita que indefectiblemente siempre me dice lo mismo:

-Hola, ¿tienes un minuto? Estamos regalando un libro.

Yo, que me conozco la lección por haber caído alguna vez en tamaña argucia (reconozco sonrojado, que por mi natural despiste, ha sido más de una), siempre me excuso como puedo y huyo como buenamente puedo, sin mirar atrás. Pero hoy no me apetecía escaparme, así que en cuanto me ha preguntado, sin perder la sonrisa ni las buenas maneras le he dicho de corrido:

- Hola, no tengo un minuto pero sí que te puedo dedicar medio, así que lo voy a explicar rápido. Sí, me gusta leer, y sí, sabía que regalais un libro. Sí, conozco el Circulo, pero no me interesa. Ya he estado. ¿Porqué? És muy sencillo. Me encanta escarbar en las librerias, pasear mirando los colores de los lomos, leer sus titulos e impregnarme del olor del papel. Poder elegir tranquilamente el que más me guste y francamente, eso el Círculo no me lo puede ofrecer, así que lo siento mucho. No, gracias a tí. De nada. Adiós.

La chica me miraba con la boca entreabierta y una expresión mezcla a partes iguales de incredulidad y una creciente mala leche. Sin esperar respuesta me he dirigido hacia la salida con una sonrisa de oreja a oreja.

Y sé que no va a servir de nada, porque el próximo día exactamente en el mismo sitio y a la misma hora, la misma chica (u otra de similares características) me dirigirá de nuevo las fatídicas palabras...

-Hola, ¿tienes un minuto? Estamos regalando un libro.

jueves, 21 de diciembre de 2006

Todos como ovejas

Estoy de pie en mi sitio del escenario del Teatro Principal. En cartel, el Mesías participativo que se organiza en nuestra urbe cada año. Hace apenas unos minutos que ha empezado la fatídica segunda parte y varios centenares de personas corean a grito pelado el número 25, And with his stripes we are healed. El tempo, alla breve moderato, no permite presagiar lo que se nos viene encima. En nuestra fútil inocencia, encadenamos fácil y despreocupadamente los ritmos de las negras o las largas blancas con puntillo sin perder de vista las señales que nos marca el director. Y el número llega a su fin con un brillante acorde de do mayor del coro. Si todo va como de costumbre, y teniendo en cuenta que hemos cantado ya dos corales seguidos, ahora nos volveremos a sentar mientras alguno de los solistas canta un recitativo con su correspondiente aria; Handel es tan previsible, me digo a mi mismo.

Pero algo no va bien. La gente sigue de pie. Paso rápidamente la página, y lo primero que llama mi atención son los dos indicadores gigantes que me he colocado bien visibles en la hoja. Cualquier conductor los reconocería como señales de "Atención, curvas peligrosas". Y si el indicador está ahí significa... ¡cielos! el momento ha llegado. Un escalofrío recorre mi espalda y un leve temblor se adueña de mis piernas. La orquesta ataca y sin apenas tiempo para más reflexión la música me arrastra,... literalmente.

Se trata del número 26, All we like sheep have gone astray, y en su parte superior reza un allegro moderato. Los primeros compases son sencillos; acordes fáciles y bien armonizados en bloque por todas las voces, pero las tranquilas negras poco a poco se van convirtiendo en escalas de corcheas y un sudor frío empieza a recorrer mi frente. Uuuuuuuf, un silencio largo de bajos viene a darnos un poco de vida. Ahora lo importante es dar bien la entrada. Sigo la partitura y en el momento preciso, nuestra cuerda al unísono entra con su frase, siguiendo de un tirón hasta el siguiente silencio. Andrés me mira; estamos resistiendo. Iluso de mí, la recordaba más difícil.

Tengo la impresión de que el tempo se acelera, y cada nueva entrada se hace más angustiosa, con más dudas, y por lo que oigo a mi alrededor no soy el único. Las corcheas cada vez pesan más y van arrastrandonos, mientras otras voces van empezando las carreras de semicorcheas. Mientras leo la de los tenores percibo al final de la página un aviso: al girar entramos con la nuestra. Nuestra frase, un 'we have turned' que debería haber salido fluido queda tendido en el aire al cantar el 'turn' mientras cada bajo trata desesperadamente de no descolgarse, y seguir la endemoniada melodía que huye muy por delante de nosotros hacia el final de frase. Cuando llega, nerviosos, no atinamos ya a enganchar las que antes nos parecieron alegres corcheas. Con la cara roja como un tomate sigo cantando como puedo mientras trato de atinar las entradas.

Nuevas semicorcheas aparecen en el libreto, pero esta vez tenemos mejor suerte y apenas nos pillan de refilón. Cuando, ya casi finita la pieza, llegamos a la seguridad de las blancas mayestáticas, disminuye un poco el temblor y la confianza vuelve a arropar un poco nuestras voces, dejándonos urdir los acordes finales con un volumen de voz que nos ha faltado apenas un minuto antes.

El mal rato ya ha pasado. Lástima que aún me queden señales de 'Atención: curvas peligrosas' en al menos, dos números más...

miércoles, 20 de diciembre de 2006

Reencuentros



Anoche soñé que volvía a mi Manderley particular. He de reconocer que no me sonaba el sitio, pero yo sabía que estaba allí, rodeado de tantos de los que otrora fueron mis compañeros, y en algunos casos, mis amigos. Y es lógico, porque los vi a todos ayer en el ensayo del Mesias, de Handel.

En mi sueño no aparecían aquellos que por derecho propio han ocupado todas las conversaciones sobre el tema; esas que a lo largo de estos años han ido recordándonos que la herida aún sigue abierta (como dice Anaïs, la inconmensurable escritora madrileña, una herida que consigo cerrar de lunes a sábado pero que vuelve a abrirse los domingos). No he podido ver sus caras, ni oír sus frases hirientes, ni su prepotencia estúpida e infantil.

No, los que aparecían eran mis amigos. Al menos los que lo fueron en su momento. Y en mi sueño, trataba de explicarles que todo lo que hice fue por ellos, que tan solo puse voz a las palabras que ellos solo susurraban en voz baja, o se pasaban (nos pasábamos) al oído. Me convertí en adalid de su causa, alentado por todos, para ser abandonado como un paria despúes, cuando el barco zozobró.

Y en mi sueño, mis amigos me miraban con odio. Con esa furia ciega que solo conocía en los ojos de los que habian hecho de nosotros unos animales asustados. Compañeros con los que tanto había compartido y a los que tanto cariño dediqué me miraban con desprecio y una ira que me hacía empequeñecer.

Yo trataba de explicarme pero ellos me ignoraban y me exigian que me fuera. Mi presencia quizás les recordaba el fracaso de nuestra empresa, o su sometimiento a los viejos amos. Solo sé que en un momento determinado pasaban de las palabras a los hechos y empezaban a zarandearme y a golpearme. Y ahí me he despertado. Es la primera vez que me dan una paliza en sueños (tambien podría decir que es la primera vez que me dan una paliza en general), y desde luego, es angustioso.

Para no alargar más la cosa me voy a quedar con dos ideas. La primera es que tengo la conciencia muy tranquila y me siento muy orgulloso de lo que hice, pero a veces pienso que el precio que pagué por ello fue muy alto, y me pongo triste por las personas que me retiraron la palabra. No puedo evitar seguir guardandoles algo de cariño.
La segunda es que pasa el tiempo y la vieja herida sigue ahí, palpitando en la oscuridad y esperando la ocasión para derramar su amarga bilis. Y sé que no quiero estar así eternamente. Ahora que ha cambiado la junta, quizás...

lunes, 18 de diciembre de 2006

Hoy me quedo en casa

Día frío y gris. Acurrucado entre kilos y kilos de mantas (siempre he tenido la certidumbre de que lo que calienta es el peso) busco alguna excusa que me ayude a eludir la obligación de salir de mi cama, pero me da que no va a ser posible. Solo queda, como último recurso, la pura y simple cabezonería.

Hoy no voy a salir de casa: batín y café caliente, un buen libro y jazz.

No, no voy a salir, me digo mientras me meto en la ducha. Olvidaré todos y cada uno de mis compromisos y clases, cada suceso importante para dedicarme al ancestral arte de no hacer absolutamente nada. A oir pasar los coches, ese mar mecánico, como cuando trato de dormir en las asfixiantes noches de agosto. Definitivamente no. Hoy me quedo aquí.

¿Qué sentido tiene hacer cosas hoy? Hoy es un día para mi, farfullo mientras me voy vistiendo lentamente. Me quedaré en casa y haré lo que me gusta. Quizás toque un rato el saxo, o podría ponerme alguna de esas películas que quiero ver y nunca encuentro cuando. Podría sentarme y escribir cualquier cosa en mi blog. Hay tantas cosas que hacer en casa.

Entonces, decidido. Lo mejor es que me quede. He llegado a esta conclusión entre tostada y tostada, y me parece la más sensata. Me enorgullezco de ser una persona tan racional, me digo a mi mismo. Me planteo problemas, los razono y llego a conclusiones lógicas. Ojala todos fueran como yo. El mundo sería de otra manera. Así que, para ser coherente conmigo mismo, hoy no salgo de casa.

Hoy me quedo, le digo al espejo mientras termino de arreglarme un poco el pelo, y cojo las llaves de casa, cerrando la puerta de golpe detrás de mi.

sábado, 16 de diciembre de 2006

Crimen musical

Estimados lectores,
me encuentro en el doloroso deber de comunicaros que, si el tiempo no lo impide, el domingo 17 de diciembre de 2006, a las 19:30 horas, se perpetrará en el interior de la iglesia de Santa Catalina, sita junto a la plaza de la Reina, un horrible atentado. Sí, como lo oís. Un horrendo y deleznable crimen contra lo poco puro que queda en el mundo: la música.

Se cuentan entre las damnificadas unas pocas partituras de autores como Buxtehude, Schütz o Praetorius. Es de destacar en nuestro descargo que un cuarteto de cuerda acompañará al coro en la primera parte, ayudando así a paliar el nocivo impacto que sobre las sensibles psiques puede provocar la audición del mismo. Cuarteto que por otra parte, hará mutis por el foro (supongo que en nuestro caso, por la sacristía) dejando a los incautos oyentes completamente indefensos en la segunda parte, más festiva y popular.

Vuestro humilde servidor, autor de estas admonitorias palabras, tiene a bien informaros de tan trágico evento para imploraros que huyáis, cual gacelas en la sabana (que no sábana), escapando así de la onda acústica expansiva de dolor y sufrimiento que seguirá a semejante infamia artística. A todo aquel valiente, que desoyendo estas apremiantes palabras, ose acercarse a presenciar (supongo que objeto de algún especial morbo por lo escabroso) el concierto, le aconsejo mucho temple y tapones para los oídos. Y ya puestos, que salude al concluir el acto.

No me queda más que despedirme, deseándoos un grato fin de semana. Un sincero abrazo,

M.

miércoles, 13 de diciembre de 2006

Audite quid dixerit (III)

III

Deposita la moneda en la hornacina y se abre paso por la oscura caverna, alumbrada cada pocos pasos por tenues lamparitas de aceite incrustadas en la roca. Un frío completamente impensable para la época en la que se encuentran empieza a entumecer sus extremidades. Sin perder un minuto sigue por la angosta senda esculpida en la roca, y al punto llega a la primera bifurcación.

Por uno de los dos caminos se oye una preciosa voz cantando una dulce y triste melodía. El rey al principio duda, pues ¿cómo puede una voz tan bella querer que nadie se pierda en el dédalo de pasajes? Pero pasados unos instantes se decide y siguiendo los consejos del ciego elige la otra senda. Cada cierto tiempo encuentra una nueva bifurcación en las grutas lóbregas y oscuras y opta siempre por el camino por el que no se oyen las voces, que cada vez son más tristes y apremiantes, como si estuviera a punto de cometer un grave error.
 
Finalmente llega a una amplia estancia, excavada en la roca y con un magnífico techo abovedado. En el centro se aprecia una piedra a modo de altar, sobre la que reposa un libro abierto por la mitad. Todas sus páginas se hallan en blanco. Al fondo, una cortina cubre una entrada en la roca. El rey camina muy despacio hacia el altar. La cortina se abre de pronto.
Al descorrerse el velo, una ráfaga de viento extiende por el empedrado suelo las hojas sueltas del libro que reposaba sobre el altar. En la estancia hay una chica, apenas una niña, de rubios cabellos y mirada prístina. Bajo su fina túnica transparente se aprecia su figura esbelta, de pechos aun no formados y sin asomo aún de vello púbico. Mira fijamente al rey, que apenas osa ni siquiera parpadear.
- Soy la sibila de Eritrea, ¿a mí me buscabas?

Su voz, pura y diáfana, lleva la carga de miles de años de historia y resuena en la estancia sacudiendo las entrañas de la Tierra. Los grandes ojos fijos en el rey, parecen haber visto pasar el mundo durante demasiado tiempo. Empieza a dudar que lo que significa realmente la palabra tiempo.

Con paso decidido comienza a andar por la sala abovedada y se detiene justo delante de una de las muchas hojas, y sin mirarla, la recoge y la muestra, leyendo de lo que antes fueron inmaculadas páginas, la siguiente inscripción, perfectamente visible sobre la hoja: Mors est quies viatoris, finis est omnis laboris.
- La muerte es el descanso del viajero, el fin de todos los trabajos.

- ¿Qué significa eso, mujer?
- Que vas a morir, mi buen rey.
- ¿Como osas amenazarme? Yo soy tu dueño. El castillo es ahora mio, y con él la cueva, y con la cueva tu vida, y con tu vida, tu don. ¡Ahora yo seré quien dicte el futuro!.- ríe enloquecido el monarca. La sibila lo contempla sin denotar ningún cambio visible en su rostro, y su mirada parece hundirse en la negra alma del hombre, que sigue riendo.
- No lo comprendes, ¿verdad? Nadie puede cambiar el destino a voluntad. Todo es hilado y trenzado por las Parcas desde el principio de los tiempos. ¿Como pretendes, tú, pobre mortal, conocer y desentramar los misteriosos hilos que marcan los destinos de los hombres?.- el rey ha quedado mudo. El semblante lívido y la boca entreabierta.
- Pero tú si puedes, ¡debes poder! Haz lo que te digo y te llenaré de oro. Pondré a tus pies tantas riquezas que su fulgor te impedirá ver las estrellas en las noches claras. Todo cuanto desees será tuyo. Te haré mi reina.
- El oro no detiene la hoz que se acerca a tu hilo. Vas a morir.

Un temblor sacude el cuerpo del rey. La desesperación baila en sus ojos la macabra danza de la locura. Mira a todas partes y al final, se gira para encarar a la sibila.
- Troca mi destino, quita tu maldición de mi. Si no lo haces te mataré.
- No puedo cambiar lo que ya esta escrito. Y conozco tanto tu destino como el mio.
- Así sea pues.- dice acercándose lentamente a la sibila mientras saca de su vaina el sediento metal.
- Auferat hora duos eadem. Que la misma hora nos lleve a los dos.- susurra la doncella besando al rey en los labios mientras la fría espada se hunde en su menudo cuerpo.

Epílogo

En cuanto volvió a su tienda se hizo rodear de todos sus médicos y curanderos y apostó una fuerte guardia en el exterior que lo preservara de cualquier ataque a traición. Se ajusto la coraza y asió con mano firme su espada. Los capellanes que acompañaban a su ejercito velando por la salvación de las almas inmortales de los soldados, rezaron toda la noche rogándole a Dios que no se cumpliera la fatal predicción. Todo fue en vano. A la mañana siguiente, el cuerpo exangüe del rey yacía sobre su lecho con dos monedas tapando sus ojos, y un blanco sudario cubriendo su frío cuerpo, preparado para su última gran batalla.

-o-o-o-o-o-
Las sibilas son personajes de la mitología clásica dotadas del don de la adivinación. Estaban al servicio de oráculos como el de Delfos, en los que Apolo les manifestaba de manera enigmática una porción del curso de los acontecimientos futuros. La fuerza y popularidad de la sibila entre el supersticioso pueblo llano hace que poco a poco vaya abriendose hueco en la iconografía cristiana, teniendo su punto álgido con la aparición del milenarismo en la vieja Europa de alrededor del año 1.000. Anunciando el advenimiento del fin del mundo y la llegada del Juicio Final, la sibila se nos muestra oscura, incomprensible y aterradora, acorde con la concepción del 'Deus Terribilis' imperante en la época. Hoy en día, aún se puede escuchar el canto de la sibila en algunos templos, anunciando el Iudicii signum, durante el Oficio de Maitines del día de la Natividad, en lo que se llama comúnmente la 'Misa del Gallo'.

Audite quid dixerit (II)

II

Sinuosas calles de sempiterna umbría, de claro trazado musulmán, se abren ante el grupo de cristianos que serpentea por callejones y estrechos pasos buscando el camino que les lleve a los pies de la fortaleza, situada en el corazón de la ciudad, sobre un duro manto de rocas. A su paso, niños famélicos tras meses de hambruna, o ancianos exhaustos son arrollados por los poderosos corceles que corren veloces por entre los sucios adoquines de gastado aspecto que cubren el terreno irregular. Las casas, otrora bien encaladas, se muestran en lamentable estado, y sin indicios visibles de que en su interior viva nadie. Pero el rey no nota el hedor de la muerte, ni los estragos causados por sus ballesteros ni sus pesadas catapultas. Una única idea, grabada a fuego en su mente desde hace ya tanto tiempo, le impele a seguir subiendo, sin detenerse, sin mirar atrás un solo segundo, en busca de algo más preciado que todo el oro del mundo, un don que se le antoja ya, por fin, al alcance de la mano.

Al llegar a los pies de la fortaleza, rehuyen el enorme portón que se abre a su frente para tomar un camino lateral, oscuro y estrecho entre las aglutinadas casas, que bordea el macizo saliente del alcázar. En apenas un suspiro se detienen ante una oquedad en la roca que se abre un poco más allá de la última casa. Junto a la entrada un viejo ciego reposa en un carcomido y mugriento taburete. El rey desmonta y se acerca lentamente con el caballo de la brida. Sus acompañantes aguardan, silenciosos, alguna orden de su señor.

- Saludos, majestad.
El rey mira desconcertado al ciego, que sigue sentado con aire afable en su asiento.
- Dime viejo, ¿como sabes quien soy siendo ciego, si nadie con su vista sana ha conseguido reconocerme en toda la ciudad?
El anciano se sonríe y mira directamente al lugar donde se encuentra el rey con sus ojos vacíos. Su semblante parece oscurecer por momentos y su voz disminuye hasta resultar solo audible para el sorprendido monarca.
- ¿Acaso olvidáis qué sitio es este, majestad? La dama os esperaba.- Y ríe por lo bajo.
- ¿Osas mofarte de mi, maldito? No tolero chanzas y menos de un miserable como tú.
Hace un gesto a sus hombres, que se acercan desenvainando sus afilados hierros. El viejo sigue inmóvil sonriéndose y en un susurro que solo percibe el rey masculla:
- No hagáis nada de lo que podáis arrepentiros después, majestad. Sé que la buscáis y estoy aquí para deciros como llegar a ella; y mi muerte significaría, sin dudarlo, vuestra propia muerte.
Un leve gesto de la regia mano basta para que los soldados se retiren unos pasos, sin perder de vista al ciego y a su señor. Este acerca su rostro al de su interlocutor y mirando fijamente las cuencas vacías dice:
- Demuéstrame que he hecho bien perdonándote la vida. ¿Qué debes contarme?
- Majestad, solo tres reglas debéis contemplar. Si las observáis, os será revelado el camino. La primera, nadie debe acompañaros; este camino debe andarse solo. La segunda, debéis dejar una moneda de oro en la hornacina que encontrareis nada más acceder a la gruta. Y tercera, no sigáis nunca las voces; su dulce canto solo lleva a la perdición.
El rey mira hacia la cueva, con un súbito sobresalto, y cuando fija de nuevo su mirada sobre el ciego, descubre que está muerto. Pero lo que más le aterroriza es comprobar que tiene aspecto de haber fallecido hace muchísimo tiempo.

lunes, 11 de diciembre de 2006

Audite quid dixerit







I


Los tambores resuenan en la explanada a los pies del castillo. Las trompetas hieren la cálida mañana estival con sus agudas notas, mientras caramillos, sacabuches y bombardas hilan a su alrededor notas marciales. El griterío entre la tropa hace presagiar que algo ocurre, y de boca en boca se extiende descontrolado un rumor: la ciudad ha capitulado; la batalla ha concluido. Algunos aseguran haber presenciado el parlamento con los emisarios del asediado burgo, y otros haber visto hincar la rodilla en el sucio polvo al mismísimo hijo del duque, amo y señor de estas tierras.

El rey, impaciente, aguarda junto a la entrada de su tienda el retorno de la avanzadilla que ha entrado por las astilladas puertas en dirección a las estancias del duque, en lo más alto del imponente alcázar de sólida roca. La ciudad es ahora suya, después de varios meses de asedio, pero los minutos que restan hasta que pueda entrar en ella le pasan más lentos que todas las largas horas combatiendo contra los acérrimos defensores del recinto. De origen romano, y posteriormente ocupada por los árabes, hace apenas unas décadas que la fortaleza está en manos cristianas, y aun se aprecia claramente la belleza de los singulares espacios creados por los arquitectos musulmanes en sus gallardos torreones, sus esbeltas lineas y preciosos elementos decorativos, tan distintos a las sobrias construcciones cristianas.

Al final, exasperado por la espera toma una decisión. Cambia sus ropajes por otros que disimulan mejor su rango y alcurnia, y congrega ante la puerta de la tienda a tres de sus más leales vasallos, recios soldados curtidos en mil batallas. Y unos instantes después cruzan raudos el campamento en dirección al castillo, montados en caballos árabes, obsequio de algún caudillo sojuzgado en pretérita batalla. Pronto, los jinetes, pequeños puntos oscuros en la lejanía, son engullidos por las abiertas fauces de maltrecha madera que guardan la entrada del feudo, y por donde desapareció, poco tiempo atrás, la comitiva enviada por el rey.

domingo, 10 de diciembre de 2006

La última noche

Y por fín la última noche. Mi ciclo intensivo de noches alberguistas termina, con lo que a priori este blog debería sufrir un pequeño declive. Pero yo sé que eso no es cierto; lo que en principio sirvió para que yo me volviera a enganchar a escribir es lo mismo que ahora hace que apenas tenga tiempo de enlazar varias frases, una detras de otra, para mantener el ritmo que me pide el cuerpo. Así, confio en que con mi vuelta a la normalidad nocturna no solo no decaerá este pequeño cuaderno, sino que con un poco de suerte hasta aumentará un poco la frecuencia. Una vez el bichito de la escritura te ha picado, no hay manera de librarse de la tentación, excepto quizás como diría Wilde, cayendo en ella.

Y he de reconocer que tenía ilusión por contar esta noche, a modo de sentida despedida, una pequeña escapada de este puente, pero ¡mi gozo en un pozo! alguien ha olvidado traerme las fotos y videos conmemorativos del evento, así que cejaré en mi empeño de relatar nuestro periplo por tierras andaluzas hasta contar con al menos una parte sustancial del material gráfico. Mientras, guardaré todos los preciosos recuerdos de ese viaje en una pequeña caja de zapatos, con la palabra Malaga escrita a boli en la colorida tapa.

lunes, 4 de diciembre de 2006

Blanca con calderón

Recuerdo perfectamente aquella noche. Un cielo límpio de nubes y con algunas estrellas osadas brillando pese al cansino resplandor de la ciudad, que invadía insolente la noche estival. Recuerdo las risas, los frecuentes vistazos al planisferio y la minuciosa operación que había de convertir un montón de hierros, y piezas de madera y metal en un flamante telescopio. La noche clara y los colchones y mantas al raso. El fresco de la noche en el monte, y la excitación por la busca y captura de cúmulos, planetas y nebulosas en el pequeño refractor. Y el chaval inquieto y despierto que planeaba conmigo las rutas del cielo, los caminos por entre las estrellas tras los secretos del Universo.

Han pasado ya siete veranos desde aquel, y muchas cosas han ocurrido durante el devenir de todo ese tiempo. Ya no somos cuñados, y pese a estar una temporada viendonos muy poco, la música nos ha vuelto a unir. Mi admiración por él sigue creciendo, y me siento orgulloso de poder llamarlo tato.

Este fin de semana se ha hecho público que ha ganado el primer premio de composición para coro de voces blancas de la FECOCOVA. Espero que no deje nunca de ser tan genial, y le deseo muchísima suerte en todo lo que haga. Y creo que voy a ir desempolvando su primer autógrafo, que aún guardo plastificado en mi carpeta de mapas celestes.

viernes, 1 de diciembre de 2006

El secreto de Babel

Empezó estudiando inglés; era lo que se llevaba. Ya sabes, siempre viene bién, y en el futuro puede abrirte muchas puertas, hoy en día lo piden en todas partes, si no hablas inglés no eres nadie. Y vió que le gustaba, y como tenía tiempo, se apuntó también a francés.

Se pasaba muchas tardes cotejando palabras, aprendiendo nuevo vocabulario, y asimilando la manera de construir las frases de ambos idiomas. Sentía una secreta fascinación por las palabras, y las pronunciaba una y otra vez con delectación dejando salir el aire por su garganta mientras seguía el preciso ritual que colocaba la lengua y la mandíbula en las diferentes posiciones que le permitirían articular cada vocablo.

Pronto, ambos idiomas se le quedaron pequeños, y sin abandonarlos, empezó con el italiano y el portugués. Estudiar le empezó a quitar mucho tiempo, y apenás hacia nada fuera de horas de trabajo aparte de absorber más y más palabras.

Se sucedieron con la misma velocidad el alemán, el ruso, y el chino. Ahora estudiaba incluso en horas de trabajo y sus jefes estaban muy molestos, pero él seguía concentrado en sus gramáticas y diccionarios con redoblada intensidad. Empezaba a vislumbrar conexiones entre los lenguajes: puntos de unión que hacian de cada uno de ellos, algo común, como si nunca hubieran sido distintos.

Después pasó al sanscrito, al arameo, al griego y latín clásicos... hacia meses que había sido despedido y apenas comía. Solo vivía para sus idiomas. Pero todo le daba igual, porque empezaba a entenderlo. Comprendía de donde venian los lenguajes, como se enlazaban todos entre sí como raices en la oscura profundidad de los tiempos, y sabía que podía si se lo proponía, encontrar el idioma original: aquel que englobaba a todos, que era a cada uno de los otros idiomas, fuente y retorno. La lengua madre.

Y un buen día, casi exhausto por la inanición y la fatiga lo descubrió. Sus piernas ya no le tenian en pie y apenas le quedaban fuerzas para gemir un misero ¡Eureka!, así que tan solo sonrió. Y buscó, mientras la vida le abandonaba, algo lo suficientemente importante que decir en la lengua madre, algo digno de ser pronunciado, y que pudiera, por siempre, quedar en la memoria del mundo. Y no lo encontró.

miércoles, 29 de noviembre de 2006

Esos maravillosos canallas

Ayer por la tarde salía, paso presto y aire ausente, de una clínica reconvertida en empresa de ignoto cometido y plató de cine porno (especialidad medicos y enfermeras), con una sonrisa que me llenaba toda la cara. Adelantandome al lector pícaro me apresuro a asegurar que no se rodaba nada en esos momentos. Tan solo acababa de pasar un rato con unos muy buenos amigos; sí, los de la empresa.

Bajaba por la aletargada tarde de camino al metropolitano, ebrio de luces de ciudad, aromas de castañas y panojas al fuego, y con Muse susurrandome al oido su Unintended, feliz como un chiquillo. Mis últimas semanas han sido realmente especiales, y en ellas he ido encontrando y reencontrando a muchos amigos y recibiendo tanto cariño de ellos, que no sabía como devolverlo. Así que decidí mientras paseaba que ya era momento de dedicar una entrada en este diario a esos maravillosos canallas que llenan mi vida de infinitos colores y consiguen cada día que la risa no me falte, ni mis horas sean grises.

Me siento obligado a empezar por los de siempre. Mis compañeros de fatigas, frikismo y juergas nocturnas: esos valar que ya no viven en Valinor; que han crecido, se han hecho adultos y siguen siendo igual de geniales. Para mi ha sido maravilloso poder recuperarlos un poco en esta nueva etapa de mi vida, porque los he echado mucho de menos. Y ahora podeis creerme, voy a hacer lo indecible para no volver a perderos.

Ahora vienen mis fecocovos. Los mejores amigos con los que puede cantar uno, los mejores cantantes que uno puede tener como amigos. Miles y miles de fotos dan mudo testimonio de todo lo que hemos reido juntos, nuestras fiestas y cenas, nuestros conciertos, las larguísimas partidas de Trivial que indefectiblemente siempre pierdo, y tantas otras cosas. Gracias por todo, por ponerle el toquecito perfecto de especia a mi vida.

Vamos con dos personas muy especiales. Las conozco desde hace muy poco, realmente poco, pero han irrumpido en mi vida con mucha fuerza. Bueno, en la mía y en la de mis amigos. La iaia inmortal es un ciclón: siempre feliz (incluso rabiando de dolor por una muela), siempre con ganas y energía para apuntarse a cualquier locura y con una capacidad inventiva que da mucha envidia. La señorita del escote llegó a la par que la iaia, y aunque al principio no hablabamos demasiado, poco a poco, he ido descubriendo que es una chica encantadora, muy buena amiga de sus amigas, trabajadora incansable hasta el punto de tener un horario ¡tan lleno como el mio!, y una narradora inenarrable de cuentos e historias. Ambas tienen un affaire con la vida, y la exprimen al máximo. Son tan buena gente que han sido capaces de hacer lo que hadie habia hecho por nosotros: una magnífica ginkana (podeis escribirlo como querais, no lo recoge la RAE) para celebrar nuestro cumpleaños. Gracias por la ginkana, por las risas, las meriendas, por el día a día y las conversaciones nocturnas. Y cuidaos muchísimo, estamos acostumbrandonos demasiado a vosotras.

En mi vida hay ahora también, entrando y saliendo, unas estupendas alemanas, un poco locas, que me dedican de vez en cuando algún ratillo de risas, pelis y recetas teutonas. También se curraron, sin apenas conocernos, una fiesta de cumpleaños para mi que fue realmente encantadora. Me alegro de que esteis aquí, y me esteis enseñando tantas cosas nuevas que no conocía. Un grandísimo abrazo y nos vemos muy pronto por el Carmen.

Ha sido maravilloso también volver a saber de algunas personas con las que hacía tiempo que no hablaba, y ver que el tiempo pasa pero seguimos siendo los mismos y todo el cariño y la ternura sigue ahi, y que podemos empezar nuevos proyectos como si nos hubieramos visto ayer (como partidas de Kult, o cosas por el estilo). Un abrazo muy fuerte, para vosotr@s, que me encargaré de daros yo personalmente muy pronto.

También a mi trio favorito. Esas que se esconden en los espejos, y se visten de blanco y negro para narrar en fotos, lo que debe ser la muerte. A vosotras, que escribis como nadie, porque nadie escribe como vosotras. Actrices, músicas, faranduleras, fotógrafas, pintoras,... No me solteis de la mano. No quiero perderos.

Y bueno, a todos aquellos que están, y nunca han dejado de estar. Sabeis quienes sois, ¿verdad? A vosotros también os quiero, como siempre, hasta siempre.

lunes, 27 de noviembre de 2006

Saudade

Quando Lisboa acordar
Do sono antigo que é seu
Hei-de ser eu a cantar
Que eu tenho um recado só meu

Céu da Mouraria, ouve...
Vai chegar o dia novo!

E o sol das madrugadas todas...
Névoa de um povo a sonhar...
Os teus mistérios, Lisboa,
são as pombas que ainda há

Madredeus, Céu da Mouraria


Hoy tengo saudade de Lisboa. Me apetece aparcar todo en un instante único, parar mi vida en seco, y escapar por unas horas a pasear por a Baixa, o a zigzaguear por Alfama en el eléctrico 28. Querría subir a lo alto del elevador de Santa Justa a contemplar como se pone el sol y la ciudad se llena de miles de luces. Una buena conversación en el cesped junto a la torre de Belem, o un café con Pessoa en A Brasileira. Hacerme, esta vez sí, un Kalashnikov con mi hermano en el Mescal, o un ratillo de jazz en el HCP. Y volver con las pilas cargadas despues de subir y bajar por las 7 colinas de la Roma del Atlántico.

Me gusta Lisboa. Es un ciudad muy diferente a otras que he conocido. Hermosa, señorial pero un poco triste y decadente. Una melancolía infinita impregna la urbe y se adhiere a las fachadas, las calles y a los mismos lisboetas. Las aguas del frio oceano penetran el estuario del Tejo y lamen la ciudad marcando para siempre el carácter de los habitantes. La gente, por lo general callada y un poco seca, parece esperar todavia el retorno triunfante de Dom Sebastian el deseado, el rey durmiente, que ha de volver un día, según dice la tradición, a poner de nuevo a Portugal en el lugar que le corresponde del mundo, para cumplir su aplazado destino. El corazón de Lisboa pulsa a ritmo de fado, y en los más insólitos rincones de pronto se escuchan acordes de luna y besos, de abrazos que ya no volverán y noches en vela llorando una pena que alimenta el verso y la música. Dulce Pontes, Amalia Rodrigues, Madredeus, Cristina Branco, Mariza, Misia, y toda una miriada de cantantes y músicos que pueblan las casas de fado de toda Lisboa.

Y pese a todo, no pierde jamás su orgullo. Se mantiene firme ante las dentadas ruedas del tiempo, sin agachar la cabeza y sin rendir el gastado pendón al inexorable paso de los días. Y reconozco que apenas conozco la ciudad, y en la imagen que tengo de ella se mezclan, confusos, recuerdos y vivencias propios y ajenos, pero no es menos cierto que la quiero. Tanto como se puede querer un trozo de tierra, con casas y pedazos de realidad asfaltados para uso de vehículos con o sin motor. Y deseo volver a ella, pronto, y no una vez sino mil. ¿Alguien se viene?



viernes, 24 de noviembre de 2006

Último viaje a Giancaldo

- Has vuelto. Pese a que te dije que no lo hicieras...
- Queria verte, verte por última vez.
- Pero yo no quería oirte hablar. Solo oir hablar de ti.
- ¿Como no iba a venir a despedirte? Al igual que hiciera hace ya casi treinta años, allá por 1989.
- Giancaldo ya no tiene nada para ti.
- Te equivocas, Alfredo. Tiene el final perfecto para esta película.
- La vida, Totó, no es como las películas, es más dura, más difícil.
- Sí, lo sé. Eso me lo enseñaste tu.
- Tan solo quería hacerte feliz, Totó. Vivias por y para el cine. Ahora el cine es sólo un sueño.
- No, Alfredo. Miles de personas nos han visto reir, llorar, disfrutar del cine y vivir la vida, nuestra vida, con el corazón encogido. Pero también han reido, han soñado, han recordado con nostalgia cosas de su infancia, tan parecida a la mía. Eso no solo no ha muerto, sino que vivirá por siempre en el imaginario colectivo, y tú, que hoy mueres por última vez, no desapareces, porque serás por siempre recordado, y tendrás un hueco en tantos corazones. Esto no lo dijo John Wayne, ni Clark Gable. Esto lo digo yo. Vayas donde vayas, viejo amigo, buen viaje y no te olvides de nosotros, porque nosotros no te vamos a poder olvidar a ti.



Ahora te contaré una cosa, sentémonos un momento... ah, qué torpe estoy...

Una vez un rey celebró una fiesta. A ella fueron las princesas más bellas del reino. Bueno... Un soldado que hacía la guardia vio pasar a la hija del rey. Era la más bella de todas... y se enamoró enseguida. Pero... pero ¿qué podía hacer un pobre soldado en comparación con la hija del rey?.

En fin... un buen día consiguió hablar con ella y le dijo que no podía vivir sin estar a su lado. La princesa quedó tan impresionada por su fuerte sentimiento que le dijo al soldado: "Si consigues esperar cien días y cien noches bajo mi balcón, al final seré tuya".

Y, a partir de ese instante, el soldado se fue allí y la esperó un día, y dos días, y diez, y luego veinte... y cada noche la princesa le observaba desde la ventana pero él no se movía nunca. Con la lluvia, con el viento, con la nieve... siempre estaba allí. Los pájaros se le cagaban encima y las abejas se lo comían vivo, pero él no se movía.

Después de noventa días... estaba tremendamente delgado, pálido, al pobre le resbalaban las lágrimas de los ojos y no podía contenerlas, ya no le quedaban ni fuerzas para dormir. Mientras, la princesa seguía observándole, y... al llegar la noche noventa y nueve... el soldado se incorporó, cogió la silla... ¡y se largó de allí!

- ¡No me digas! ¿Al final?

- Sí. Justo al final, Totó. Y no me preguntes cuál es el significado, ¡yo no lo sé! Si lo entiendes... dímelo tú ...


Philippe Noiret in memoriam
(Lille,1 oct 1930-Paris, 23 nov 2006)


De rosas y espinas

Senza fine
Tu trascini la nostra vita
Senza un attimo
di respiro
Per sognare
Per potere ricordare
Ciò
che abbiamo già vissuto
Senza fine, tu sei un attimo senza
fine
Non hai ieri
Non hai domani
Tutto è ormai
nelle tue mani
Mani grandi
Mani senza fine
Non
m'importa della luna
Non m'importa delle
stelle
Tu per me sei luna e stelle
Tu per me sei sole
e cielo
Tu per me sei tutto quanto
Tutto quanto io
voglio avere
Senza fine...

Gino Paoli, Senza fine


Me va todo muy bien, gracias, ¿y a ti? Me alegro mucho. Ya sabes que me gusta que estés bien. Sí, todavia me acuerdo de ti. Mucho, muchísimo, no a todas horas, pero siempre te tengo muy presente. Claro, ambos sabemos que es lo mejor, pero eso no significa que no duela. A veces pienso que soy fuerte, y que puedo resistir, y que el mar no se lleva los faros, pero volvemos a hablar, y todo surge de pronto, y me coge de improviso, y un puño me oprime el corazón, y se me hace un agujero infinito en el pecho. Recuerdo esos versos de Neruda que tu ya no me dejas pronunciar, las últimas estrofas de su número veinte, y me tiemblan las manos. Sí, comprendo que es lo mejor, lo más razonable, y lo único que podemos hacer, pero duele. Sonrio y me alegro de que te vaya bien, mientras por dentro me rompo poco a poco, Rigoletto moderno de andar por casa. Y me digo que es bueno, que así aprenderé a superarlo, a olvidar. El problema es que temo olvidar demasiado, quizas todo. Machado me dijo un día:

"En el corazón tenía
la espina de una pasión;
logré arrancármela un día;
ya no siento el corazón."

viernes, 17 de noviembre de 2006

El 7º de caballería

Y cuando ya no los esperaba, aparecieron. Tirando piedras a mi ventana y con la perenne sonrisa en la cara. Con amigos así la vida nunca es aburrida.





Otra vuelta alrededor del Sol

Pastel de galleta y chocolate. Fiestas con muchos globos y regalos. Todos los amigos que venian a casa a pasar la tarde jugando, riendo y haciendo el bestia (siempre se iba algún crio con un huevo en la frente). Madres charlando en la cocina, tomando café y probando la tarta. Ese cosquilleo en el estomago porque es Tú día...

...no se. A veces echo de menos ser crio. Ya no siento todo aquello. Mi cumpleaños ha llegado sin despertar en mi la más mínima ilusión. Si acaso un poco de angustia. ¿29 años ya? Eso significa que el año que viene... uuuuuuuf, mejor no pensarlo. El 17 de noviembre ya está aquí y yo casi no he tenido tiempo de prepararme, de concienciarme de que me toca a mi. Y me quedo con la sensación de que es un día más, de esos que el viento borra de la memoria porque son solo copias exhaustas de dias ya vividos. Dias que el calendario no trae en sus hojas porque pasarán sin pena ni gloria, y que solo dejan en la boca un raro gusto de hiel, de menta y de albahaca.

También es el primer aniversario de mi piso, o al menos en la porción de su historia que hemos escrito juntos. Y mi primer cumpleaños solo, desde hace tanto tiempo. Es curioso pero cumplir años solo, me hace sentirme más solo todavía. Pero me da igual.

Me guardaré un buen pedazo de tarta. Celebraré mis canas y mis arrugas, y cantaré todas mis viejas canciones en la ducha hasta sacar toda esta tristeza que se me atasca en el pecho día sí y día también. Vestiré de fiesta mi inocencía y le colgaré dos globos del pelo. Reiré con mis amigos y haremos el bestia, y la melancolía tendrá que volver a casa con un huevo en la cabeza. Y soplaré con entusiasmo las velas que jalonan mi vida, porque estan hechas de sueños y alegría, de lagrimas condensadas y de mucha ternura. Besaré a oscuras tus labios trémulos, pequeña desconocida en la bruma de lo incierto, y susurraré a tu oido palabras olvidadas. Y buscaré en la tripa, ese cosquilleo. No el que me dice que hoy es mi cumpleaños, sino el que me dice que estoy vivo. Porque si este tiene que ser un día más, como esos que sobran al sacarle punta al mes de agosto, prefiero que sea de los felices.

jueves, 16 de noviembre de 2006

Pasajero secreto


Wol dir, werit, das du bist
also freuden riche!

(¡Bienvenido, mundo, tú que
estás tan lleno de alegrías!)

Carmina Burana


Esta noche me he llevado una grata sorpresa. He descubierto, que no son solo tres las personas que leen este pequeño cuaderno de bitácora, sino que una persona muy especial, con la que hacía ya algún tiempo que no hablaba, me visita de vez en cuando para leer mis locuras. Me ha sorprendido mucho y me ha alegrado a la vez porque me he sentido por un momento más cerca de mi visitante anónima, pese a los periodos en los que no coincidimos y no podemos hablar. Desde aquí quiero desearte un dulce camino de hadas para todos tus sueños, un enorme frasco de cristal con la palabra Hierbabuena para que guardes intactas todas tus ilusiones, y una manta de abrazos y besos para llenar todas las noches del resto de tu vida. Y para animarte a seguir con tu filosofía de vida, que me parece estupenda, aquí te dejo unos versos de un tocayo mio, para que no pierdas nunca la senda que has decidido tomar.

No te quedes inmóvil
al borde del camino
no congeles el júbilo
no quieras con desgana
no te salves ahora
ni nunca
no te salves
no te llenes de calma
no reserves del mundo
sólo un rincón tranquilo
no dejes caer los párpados
pesados como juicios
no te quedes sin labios
no te duermas sin sueño
no te pienses sin sangre
no te juzgues sin tiempo

pero si
pese a todo
no puedes evitarlo
y congelas el júbilo
y quieres con desgana
y te salvas ahora
y te llenas de calma
y reservas del mundo
sólo un rincón tranquilo
y dejas caer los párpados
pesados como juicios
y te secas sin labios
y te duermes sin sueño
y te piensas sin sangre
y te juzgas sin tiempo
y te quedas inmóvil
al borde del camino

y te salvas
entonces
no te quedes conmigo.

Mario Benedetti

viernes, 10 de noviembre de 2006

La estación de lluvias



Y si la vida és una estación que nos separa para no volver
Casa de muñecas


Hoy me he tenido que comer muchos viajes de metro, arriba y abajo, abajo y arriba, pero no me ha importado lo más mínimo. Despues de dormir en una cama en condiciones durante casi 10 horas uno ve la vida de otra manera. Y encima ha salido un sol radiante como para darme la razón. Una nota bastante decentilla en chino y una buena siesta, y encima hoy duermo en mi cama de nuevo. ¿Qué más se puede pedir?

Sencillo, un encuentro casual. No con alguien conocido, sino más bién con alguien que ya no me recordará a estas horas. Como no podía ser de otra manera, el breve encuentro se ha producido en el metro, entre las estaciones de Xàtiva y Angel Guimerà. Yo iba completamente embelesado escuchando Crazy, de Gnarls Barkley cuando me he dado cuenta de que alguien me miraba a menos de un metro de mi. Se trataba de un pequeñuelo instalado comodamente en un cochecito y que no dejaba de mirarme. La conexión ha sido inmediata, y olvidandome del resto del vagón y de la poca vergüenza que aun me queda, me he dedicado durante los pocos minutos que separan ambas estaciones a tratar de hacer sonreir al nano que con tanto ahinco me miraba. He disfrutado lo indecible sacandole la lengua, haciendole gestos y caras raras y viendo como sonreia y se lo pasaba bomba con mis payasadas. Ha sido el colofón perfecto para un día realmente estupendo. Me ha hecho pensar que en el fondo, pese a todas las heridas y cicatrices, y todo lo que ya llevamos vivido, a lo largo de tantos años, no quiero perder el puntito de crio, esa especie de inocencia franca y clara que subsiste por debajo de todo lo que hemos ido madurando. Hoy esta entrada va para ese chavalillo, que tarde o temprano crecerá y dejará de asombrarse con el mundo que le rodea para vivir de lleno la apatía de esta sociedad nuestra. Suerte!

jueves, 9 de noviembre de 2006

Compás de espera

Tictactictac.

El tiempo se me escurre
entre los dedos.
Minuto tras minuto,
hora tras hora,
mientras espero
la llegada
ineluctable
de una señal.

Pero la vida,
esa doncella,
esquiva y desagradecida,
me ha enseñado
a ser paciente.

Yo te llamo,
tu me llamas.
Tu me escribes,
yo te escribo.

La pelota esta
en tu tejado.
¿Quieres jugar?


Cosas que me han gustado de estos dias
- El laberinto del fauno; por todo, (guión, ambientación, interpretación, música,... ) y sobre todo por la compañia.
- Pasar todas las mañanas por delante de Dulzumat, la pasteleria que hay de camino a la escuela oficial, y que te devuelve a la infancia durante al menos dos manzanas...
- Los Greatest Hits de Queen, que me mantienen en pie despierto el tiempo suficiente como para hacer todo lo que tengo que hacer sin morir en el intento
- Las conversaciones nocturnas con la iaia inmortal y el ninja zombie
- El examen de chino, que me salió bastante bien para no haber estudiado más que cinco minutos los animales del horóscopo.
- Tenerte


Cosas que no me han gustado de estos dias
- Las circunstancias, que se empeñan en que no veamos una película
- El cansancio acumulado por tantas noches durmiendo poco
- Los problemas y dolores de cabeza por no poder hacer caja
- La maldita tos que se empecina en aferrarse a mi garganta
- Que al final no haya habido ensayo de la obra de teatro
- Que no puedo vivir de rentas y tengo que ponerme a repasar ya chino y ruso
- No tenerte

El tiempo es un gran autor, siempre da con el final perfecto.
Candilejas (1952)

miércoles, 8 de noviembre de 2006

De un color gris cielo

This love's too good to last
and I'm too old to dream

Muse, Blackout



Así me siento,
de un color gris cielo.
Viejo,
tan viejo
para algunas cosas.

Y supongo que será
el puto tiempo
(¿se puede decir puto
en un blog?)
o será la tristeza,
que se adhiere
como una bomba lapa
a los sucios bajos
de mi
corazón.
Será la falta de sueño,
o de horas de sueño,
o de sueños a todas horas.
No se qué será,
pero hoy
me siento viejo,
tan viejo.

Esperaré a que pase.
Tal vez solo necesito descansar,
dormir
ocho horas seguidas
ocho
así
de un tirón.
Y dormir, tal vez,
solo tal vez,
abrazado a tí.

martes, 7 de noviembre de 2006

La fiebre de la cámara

Otra noche en blanco, larga y lenta, con tantas cosas por hacer que se hará de día y yo apenas habré dormido. Y encima mañana (a estas horas deberia decir ya hoy) examen de chino. Y entre correo y correo, kilos de sabanas y dolorosas cabezadas muchas ganas de volver a coger la cámara. Miles de proyectos, de cosas que pudieron ser y nunca fueron, de guiones nonatos abortados sin esperanza de continuidad, y arrojados al frio armario del olvido.

Cada cierto tiempo, como si de un extraño ciclo se tratara, Carlos me pincha, y trae nuevas ideas. Y cada vez me vuelvo a emocionar y desempolvo trípodes, camaras e ilusión. Y siempre con la esperanza (esta vez sí) de que ahora será la buena.

De nuevo, noto correr dentro de mí ese fuego, esa alegría que me anuncia que el nuevo ciclo ha empezado. No me falles Carlos, esta vez hasta el final, sí o sí, porque ambos sabemos que se puede hacer y que tenemos lo que hace falta, y que la diferencia esta en un gesto, en un simple gesto. Por eso, no me falles y aguanta el tirón, como siempre hemos dicho que hariamos, por todo lo que somos, por todo lo que hemos sido, no me falles. Porque sabes que lo necesitamos, que el gusanillo de la cámara va corroyendo las tripas, y cada idea perdida, cada pensamiento que no se concreta es un alfiler de cobre buscando tu alma. Por eso no me falles.

Yo, por mi parte, ahíto de laxitud y mediocridad, prometo no fallarte. Como decia Benedetti, no me quedaré inmovil al borde del camino, ni congelaré mi júbilo, ni me salvaré ahora ni nunca.

Y para demostrarte que hacer un buen corto es facil, y que tenemos lo que necesitamos, y que a veces la palabra follar puede ser sensual, te dejo este corto muy breve de César Sabater, que me ha gustado muuuucho, dedicado única y exclusivamente a tí.

domingo, 5 de noviembre de 2006

Mil y una noches

Hola de nuevo. Después de tanto tiempo voy a tratar de retomar este blog que apenas ha dado un par de pasos antes de ser temporalmente aparcado entre los numerosos proyectos que llenan mi día a día. Para ello se juntan una serie de venturosas coincidencias que van a permitir que si no escribo mucho más no sea al menos por falta de tiempo. Una de esas coincidencias es la que hace que yo, este mes y parte del que viene, esté noche sí y noche también de angel custodio en el albergue en el que habitualmente trabajo.

Así, a horas intempestivas y arrullado por el sempiterno jazz que se desliza como seda sobre la noche fría de este agitado barrio, me dispongo a poner en palabras todo eso que cruza fugaz por mi cabeza, y que a menos que sea plasmado se perderá. Tampoco es que tenga excesivo valor para nadie que no sea yo, pero como han salido de este pequeño bote de ideas que yo llamo cerebro, pues les tengo un algo de cariño.

Eso es todo. A lo lejos alguien canta. A lo lejos. Es Ella Fitzgerald con Louis Armstrong trenzando de manera inverosímil ese Summertime que siempre consigue ponerme los pelos de punta. Subo el volumen. Todo esta tranquilo. La mayoría de alberguistas duermen y los asiduos de las calles circundantes (yonkis, putas y demás fauna) hablan por lo bajo sentados en portales y aceras. La luna llena apenas asoma entre las nubes que cruzan el cielo de la ciudad y un aire frio y humedo cala hasta los huesos a todo aquel que osa pisar la calle o asomarse a cualquier ventana o balcón. Mientras, Ella y Louis han dejado a su sitio a Sarah Vaughan, cantando en directo I cover the waterfront.

Mientras, sigo preparando reservas y contestando correos. En nada, acabaré la faena y me retiraré discretamente a mi pequeño lugar, a descansar hasta mañana, el primer día del resto de mi vida.

Y como últimamente estoy en exceso cariñoso, mando a cualquiera que lea esto (pues sé que al menos son dos las personas que lo leen e insisten en que lo siga) un abrazo muy fuerte, y el ferviente deseo de que tengais los sueños más dulces que puedan imaginarse.

jueves, 24 de agosto de 2006

Otoño privado

Adoro los últimos dias de agosto. El calor empieza a perder su cíclica batalla contra los frios vientos que preludian la llegada del invierno, y un fino manto de hojas secas alfombra de ocre y gris las calles de esta ciudad. El sol, zalamero, recorre nuestras caras infundiendo un hálito cálido, y tan extraño y distinto a la inclemencia de los pasados días, que produce un dulce cosquilleo en toda la piel, mientras la suave brisa arranca las últimas hilachas de calor adheridas a nuestros cuerpos. Por las tardes, me encanta pasear por la ciudad desierta, pisando las pálidas hojas que yacen adormecidas sobre el asfalto tibio y solitario.

Nadie interrumpe mis ensoñaciones durante esos momentos. Nadie holla estas mismas calles, ni cruza el melancólico sonido de sus pasos con el de los mios. Como un animal cansado, la ciudad duerme exhausta, afectada todavía por el atroz calor que la ha devorado, y vacia de vida, mientras los cientos, miles de organismos que la conforman disfrutan sus vacaciones lejos de aquí. La ciudad nos pertenece, a los que restamos incólumes aguantando las altas temperaturas, y la aún más alta humedad, mientras tantos y tantos conciudadanos nuestros migran hacia otros destinos, los que vemos agonizar en un lento goteo de coches las otrora bulliciosas avenidas, y mantenemos con vida (trémula e incierta, pero vida al fin y al cabo) el corazón de nuestra vieja metrópolis.

A este pequeño regalo solo le queda una semana, quizá menos. Los indolentes viajeros vuelven insuflando nuevo aliento a la urbe y llenando todo de nuevo de ruido y brillantes luces. Y con su vuelta romperán el hechizo, acabarán con estos dias que nos hemos encontrado, estos maravillosos dias que hemos podido gozar solo unos pocos, y que hemos recibido como un regalo, una recompensa por seguir aquí cuando todos se fueron. Pero me da igual, porque el año que viene volverá, puntual como los solsticios, o el veranillo de San Martín, y nuevamente será nuestro, nuestro otoño privado.

Hoy, paseando por la calle, me he sorprendido sonriendo a mi otoño. Una sensación de felicidad me recorría de pies a cabeza y he terminado riendome como un niño. He vuelto la cabeza, pensando que alguien podia haberme visto, pero solo he encotrado la calle vacia de esta ciudad desierta.

sábado, 5 de agosto de 2006

La ciudad ciclista

Los sabados por la mañana, tan temprano que apenas han puesto las calles, la ciudad no pertenece a los coches, ni a los peatones: es de los ciclistas.
Cientos, miles de ellos pasean sus coloridos equipajes sobre sus no menos coloridas bicicletas. Campan por las desiertas calles donde los horrorizados semaforos han perdido todo su poder. Nadie osa cruzarse en su camino, ni cuestionar el control absoluto que ejercen, a golpe de pedal, sobre el dormido asfalto.
De vez en cuando vislumbran a algun viandante y, raudos, se pegan a él, le sobrepasan con los infinitos engranajes de sus maquinas velocípedas chirriando de puro gozo, y le dejan, exhausto y sin aliento, aferrado a la vana seguridad de una farola urbana, y con el conocimiento, la completa seguridad de que la ciudad pertenece a los ciclistas.

Epílogo

Apenas una hora despues, un enorme torrente de máquinas grises, metálicas, mecánicas y contaminantes ha vuelto a tomar nuestras calles, y ha devuelto a esta ciudad, con su fiereza y su ensordecedor estruendo, esa angustiosa normalidad que nos hace sentir tan cómodos; pero los ciclistas ya no están aquí para verlo. Han huido lejos de la civilización llevandose con ellos la luz, la alegría y la inocencia pura y simple, que por unas horas ha sido dueña única y absoluta de nuestra dormida ciudad.

Una gran sonrisa

Hacia mucho que no me dejaba caer por aquí. Nunca me he olvidado de este rincón de mi alma, pero en algunas épocas de mi vida esta menos pre...