viernes, 1 de diciembre de 2006

El secreto de Babel

Empezó estudiando inglés; era lo que se llevaba. Ya sabes, siempre viene bién, y en el futuro puede abrirte muchas puertas, hoy en día lo piden en todas partes, si no hablas inglés no eres nadie. Y vió que le gustaba, y como tenía tiempo, se apuntó también a francés.

Se pasaba muchas tardes cotejando palabras, aprendiendo nuevo vocabulario, y asimilando la manera de construir las frases de ambos idiomas. Sentía una secreta fascinación por las palabras, y las pronunciaba una y otra vez con delectación dejando salir el aire por su garganta mientras seguía el preciso ritual que colocaba la lengua y la mandíbula en las diferentes posiciones que le permitirían articular cada vocablo.

Pronto, ambos idiomas se le quedaron pequeños, y sin abandonarlos, empezó con el italiano y el portugués. Estudiar le empezó a quitar mucho tiempo, y apenás hacia nada fuera de horas de trabajo aparte de absorber más y más palabras.

Se sucedieron con la misma velocidad el alemán, el ruso, y el chino. Ahora estudiaba incluso en horas de trabajo y sus jefes estaban muy molestos, pero él seguía concentrado en sus gramáticas y diccionarios con redoblada intensidad. Empezaba a vislumbrar conexiones entre los lenguajes: puntos de unión que hacian de cada uno de ellos, algo común, como si nunca hubieran sido distintos.

Después pasó al sanscrito, al arameo, al griego y latín clásicos... hacia meses que había sido despedido y apenas comía. Solo vivía para sus idiomas. Pero todo le daba igual, porque empezaba a entenderlo. Comprendía de donde venian los lenguajes, como se enlazaban todos entre sí como raices en la oscura profundidad de los tiempos, y sabía que podía si se lo proponía, encontrar el idioma original: aquel que englobaba a todos, que era a cada uno de los otros idiomas, fuente y retorno. La lengua madre.

Y un buen día, casi exhausto por la inanición y la fatiga lo descubrió. Sus piernas ya no le tenian en pie y apenas le quedaban fuerzas para gemir un misero ¡Eureka!, así que tan solo sonrió. Y buscó, mientras la vida le abandonaba, algo lo suficientemente importante que decir en la lengua madre, algo digno de ser pronunciado, y que pudiera, por siempre, quedar en la memoria del mundo. Y no lo encontró.

6 comentarios:

Lady Bird dijo...

Bien cierto es que siempre hay q sacrificar algo xa tener lo q deseas o esperas tener y aun asi, a veces lo intentas y no siempre lo consiwes... pero este hombre no supo poner un tope, antepuso las ansias de aprender al deber primordial d cuidarse uno mismo, y... voilà, trágico desenlace.

Una pena.

Wen finde sol.

Esther Ita dijo...

Y buscó, mientras la vida le abandonaba, algo lo suficientemente importante que decir en la lengua madre, algo digno de ser pronunciado, y que pudiera, por siempre, quedar en la memoria del mundo. Y no lo encontró.

Pero su alma, liberada de su cuerpo, no sabía ascender hasta lo más alto del cielo y tuvo que crear una torre, la segunda torre más alta construida en la historia, por encima del mismo cielo. Subió por esa torre y desde las alturas, pudo contemplar cuanto existía en el planeta: millones de personas, millones de lenguas, millones de extraños. Sin embargo, algo le llamó la atención, pero ahora estaba demasiado lejos y no podía verlo bien. Su enorme curiosidad le llevó a volver a descender por la torre, mientras se iban cayendo todos y cada uno de sus escalones y cuando ya estaba bajo del todo, observó un grandioso paisaje, lleno de niños y niñas que corrían y jugaban sin cesar.

Descubrió, que lo que le llamó la atención desde las alturas, era que todos esos niños y niñas no hablaban, no sabían o no podían hablar ninguna de las numerosas lenguas que él había estudiado: inglés, francés, italiano, portugués, alemán, ruso, chino, sanscrito, arameo, griego, latín....ninguna. Ni siquiera la Lengua Madre era suficiente para comunicarse con aquellos niños y niñas, que tan sólo emitían los débiles sonidos que sus cuerdas vocales les permitían pronunciar. Pero jugaban y sonreían.

De pronto, uno de los niños cayó al suelo y empezó a llorar. Todos los demás se acercaron corriendo hasta él, se miraron, se hicieron extrañas señales y cada uno se dirigió a un lugar diferente. Al cabo de un instante volvieron: uno llevaba una silla para sentarlo, el otro llevaba un vaso de agua fresca, otro un botiquín para curar sus heridas, un cuarto lo sentó y se colocó a su lado, otro le curó, el otro le dio un tierno beso en la mejilla. Y por fin, sentado, tranquilo y con sus heridas curadas, el niño cambió su llanto por una sonrisa, se levantó y de nuevo, todos se marcharon para seguir jugando y sonriendo sin cesar.

Entonces, sólo entonces, una pequeña e ínfima alma, comparada con lo grandioso del mundo, empezó a evaporarse y repartir su secreto con su último aliento: por los montes, montañas, valles y senderos, por los acantilados y los desiertos, por los mares y ríos y por todo el planeta, comprendiendo al fin, que la verdadera Lengua Madre no se expresaba con palabras.

P.D.: Pero la cara de sorpresa de las chinitas sí que es algo que merece la pena, jajajaja. ;-) Un besazo.

omrot dijo...

lady bird, gracias por pasarte, es un verdadero placer tenerte por aquí. Has acertado con la idea: saber cuando poner tope. La pega es, ¿donde lo pones? ¿Podrias vivir después tranquila sabiendo que tienes en tu mano la posibilidad de trascender?

braida, me encanta tu epílogo a este relato. La palabra tiene tanto poder que a veces olvidamos que la comunicación no tiene porque ser siempre verbal. Y no hablo tanto del lenguaje de signos, como aquel que es innato en nosotros y se contiene en cosas tan simples como una caricia o una mirada.

Debo decir, que no me acaba de gustar el relato. Lo escribí el viernes, tras una agitada duermevela, y unos minutos antes de irme de fin de semana musical. Así, lo veo demasiado precipitado y considero que la idea es buena pero el texto puede dar mucho más de si. A posteriori, he caido en la cuenta de que el relato bebe de manera directa de La escritura del diós, de Borges, si bien el suyo es más original, y obviamente, está muuuuuy bien escrita.

Lady Bird dijo...

No,... xo sí pienso q eso se aprende :P

Besos!

Anónimo dijo...

jajaja pero el pobre Borges no hubiese nunca encontrado la lengua mater :p ya dijo que la eternidad se inventó para aprender alemán... Así que... supongo que luego viene lo del infinito para la lengua madre jejeje

omrot dijo...

Hablando sobre infinitos, tu respuesta me recuerda la teoría de Cantor sobre los números transfinitos. Curiosamente, los numeros cardinales transfinitos más pequeños son aleph-sub-cero, aleph-sub-uno, etc.; como El Aleph, libro de Borges donde se encuentra el relato de La escritura del diós. ¿Que extraño bucle hemos encontrado?

Una gran sonrisa

Hacia mucho que no me dejaba caer por aquí. Nunca me he olvidado de este rincón de mi alma, pero en algunas épocas de mi vida esta menos pre...