jueves, 22 de febrero de 2007

Un bel dì, vedremo


Antecedentes: Nagasaki, Japón, a finales del siglo XIX. Cio-Cio-San, cuyo nombre de geisha es Madame Butterfly, es una joven frágil e ingenua, de una buena familia venida a menos tras el trágico suicidio del padre. Mediante el casamentero Goro, Butterfly se ha casado con un oficial de la marina estadounidense, Pinkerton, al que ama con locura. Sin embargo, para él nuestra joven no es más que un puro entretenimiento hasta que vuelva a EEUU, y tal como le dice al Cónsul americano en Nagasaki, pueda casarse "de verdad con una verdadera esposa americana". Cio-Cio-San renuncia a su religión y sus tradiciones por amor a Pinkerton, hasta el punto de que es repudiada por su tío, y abandonada por sus amigos, familiares y conocidos.

Cuando comienza el segundo acto, han pasado ya tres años desde la partida del barco de Pinkerton y Butterfly vive sola en su casa, esperando día tras día la vuelta de su amado, y acompañada solo por Suzuki, la fiel criada. Vamos a detenernos en este punto de la historia. La pequeña mariposa esta absolutamente convencida del retorno de Pinkerton, y obliga a Suzuki, que sufre por su ama y no deja de sollozar, a repetir una vez tras otra '¡Volverá!'. Y para demostrarle que realmente volverá, le cuenta como será ese regreso.




Un bel dì, vedremo levarsi un fil di fumo dall'estremo confin del mare. E poi la nave appare. Poi la nave bianca entra nel porto, romba il suo saluto. Vedi? È venuto!
(Un hermoso día veremos alzarse un hilo de humo en el horizonte. Y entonces aparecerá la nave. Luego, esa nave blanca entrará en el puerto, atronando con su saludo. ¿Lo ves? ¡Ya ha llegado!)
Butterfly mira hacia la pared del fondo como si pudiera ver el mar y el puerto a los pies de la colina donde vive. Con sus palabras pinta una escena que tantas y tantas veces ha visto en su mente. Cuerda, flautas y arpa acompañan la vívida descripción y van en crescendo tal como Cio-Cio-San deja atrás la angustiosa espera y se sumerge de lleno en su fantasía.

Io non gli scendo incontro. Io no. Mi metto là sul ciglio del colle e aspetto, e aspetto gran tempo e non mi pesa, la lunga attesa. E uscito dalla folla cittadina un uomo, un picciol punto s'avvia per la collina.
(Yo no bajo a encontrarme con él. Me pongo allí, en lo alto de la colina, y espero, espero largo tiempo y no me pesa la larga espera. Y saliendo de entre la multitud un hombre, un punto pequeño se destaca por la colina.)
La emoción la embarga al pensar que él ya está en el puerto, y la orquesta disminuye hasta dejar solo a los vientos acompañando el susurro de Butterfly que coqueta reprime sus deseos de bajar corriendo a buscarlo y espera, como lleva tanto tiempo haciendo, a la entrada de su casa. En el momento en el que él atraviesa la muchedumbre y sube por el camino la orquesta se une de nuevo al unísono, y los metales con unas suaves notas anuncian su llegada.

Chi sarà? chi sarà?E come sarà giunto che dirà? che dirà? Chiamerà Butterfly dalla lontana. Io senza dar risposta me ne starò nascosta un po' per celia... e un po' per non morire al primo incontro, ed egli alquanto in pena chiamerà, chiamerà: piccina mogliettina olezzo di verbena, i nomi che mi dava al suo venire.
(¿Quién será? Y cuando llegue, ¿qué dirá? ¿qué dirá? Llamará a Butterfly desde lejos. Y yo, sin dar respuesta, estaré allí escondida, un poco para inquietarlo, y un poco para no morir al primer encuentro, y él, con alguna inquietud, llamará, llamará:"Pequeña mujercita, olor de verbena", los nombres que me daba cuando volvía a casa.)
En su fantasía le parece oír como él la llama, y cuando pronuncia Butterfly un dulce solo de violín responde sobre arpa y las cuerdas, que van callando hasta que el clarinete la deja sola con su imaginado encuentro. La melodía de la orquesta tierna y triste como la misma Butterfly parece esperar con el corazón encogido, y previendo un trágico desenlace, entra con un súbito fortissimo cuando Cio-Cio-San pronuncia la palabra morire, trágico augurio del destino de la infeliz. Pero no dura mucho el fatal vaticinio, y cuando recuerda los nombres que él le llamaba, el fortissimo cae preso de una infinita tristeza.

Tutto questo avverrà, te lo prometto. Tienti la tua paura, io con sicura fede l'aspetto.
(Todo esto ocurrirá, te lo aseguro. Guárdate tu miedo, yo con firmeza le espero.)

Con una fuerza que no esperaríamos en alguien tan frágil como ella, Butterfly lanza las últimas frases y se afianza en su ilusión, una ilusión que todos excepto ella saben vana. Suzuki no puede evitar echarse a llorar. La orquesta corre arrastrada por la arrebatada actitud de Butterfly hasta un gran final que poco a poco desaparece, como dejando sola a nuestra protagonista con su dolor.

Epílogo: Butterfly esta convencida de que Pinkerton volverá, por una simple razón: debe conocer a su hijo, nacido al poco de su partida, y rubio y de ojos azules como él. Y efectivamente, Pinkerton vuelve, pero lo hace con su mujer americana y solo para llevarse al niño con ellos. Cio-Cio-San destrozada decide suicidarse como hiciera su padre y cuando esta a punto de hacerse el harakiri, entra su hijo en la habitación, y ella, rota por dentro sonríe y le dice al hijo que salga a jugar fuera con su padre y su nueva mamá, y que debe irse con ellos a EEUU. Cuando el niño sale, abandonada y sin ninguna razón para seguir viviendo, se mata. Telón.

jueves, 15 de febrero de 2007

Epidemia

No lo entiendo. No le veo ninguna explicación. Y sin embargo, todo me lleva a pensar que a finales de enero y principios de febrero ha ocurrido algo. Algo así como una enorme epidemia emocional que ha hecho estragos entre la mayoría de gente que conozco (incluyéndome a mí) y según he oído, incluso a un nivel más general. Y como si de una mala gripe se tratara hemos ido cayendo todos, propios y extraños, contagiados por la ola de tristeza que ha asolado estos días el planeta, como si por una vez nos hubiéramos puesto de acuerdo para llorar nuestras penas al mismo tiempo.

Y al final pasa como con la gripe: que no hay antibióticos que la curen, y no nos queda más remedio que esperar sentados con nuestro paquete de pañuelos, a que de una maldita vez vayan desapareciendo los síntomas. Solo que esta vez, después del impacto inicial, he decidido no seguir sentado, y si me tiene que coger la melancolía, que sea en movimiento.

Y me he arrancado espinas (aunque ahora sienta un poco menos el corazón) y he protegido al Dux de Génova; he salido a la calle a ver pasar el invierno y he acampado en mitad de la nieve, con colacao y grandes amigos; he corrido, he gritado, he bailado hasta las tantas y reído como nunca (como siempre); he abierto mi puerta a astronautas, monjas, piratas, ninjas y a un conejo que no dejaba de mirar la hora, y porque no, también a la muerte; he luchado con cimmerios sedientos de sangre, y con la soledad oscura de las mañanas frías de invierno, y sigo vivo. Y podría haberte dado el mundo, la luna, mi alma, con solo una palabra, pero ¿sabes?, el mundo, la luna, mi alma, están muy bien donde están, y no te los voy a volver a ofrecer, pese a que sigo bajo tu hechizo, pese a tus ojos de miel, pese a tu sonrisa de cielo. Si un día los quieres me los pides, aunque para entonces quien sabe donde estaré. Porque pienso seguir moviéndome.

Y espero que si leéis esto, y estáis todavía inmersos en esta triste epidemia, os animéis a no esperar que pase sin más, sino que deis un paso hacia delante y dejéis que el viento fresco os de en la cara. Yo os tiendo mi mano, al igual que habéis hecho vosotros tantas veces conmigo...

domingo, 4 de febrero de 2007

Días inciertos

Y es cuando piso la calle,
ese enorme mar de gente,
que de pronto,
sin aviso,
mi corazón
se rompe.
En trozos,
pequeños trozos
de muchas formas,
como un triste puzzle,
donde cada pieza
es un recuerdo roto.
Siempre, siempre
cuando piso la calle.
Cuando libre de tu imagen
dulce,
del amargo influjo
de tu voz,
comprendo de golpe
todo lo que esconden
tus silencios,
y mi cielo se vuelve
de nuevo
gris.
Hasta que otra vez
tarde o temprano
veo de pronto tu cara
o te oigo reír, hablar,
e hilo despacio
con tus sonrisas
los cansados fragmentos
de mi corazón,
y todo, de nuevo,
vuelve
a
empezar.


Porque puedo tratar de racionalizar las cosas pero no consigo dejar de sentir lo que siento. Porque hay días en los que no apetece sonreír. Porque todo rasguño deja cicatriz para siempre. Porque hace frío y no quiero dormir solo. Porque no quiero que haya un alguien, sino un tú. Y por otras mil razones más, estos días no estoy para nadie.

Una gran sonrisa

Hacia mucho que no me dejaba caer por aquí. Nunca me he olvidado de este rincón de mi alma, pero en algunas épocas de mi vida esta menos pre...