Esta noche tengo alma de blade runner. La noche eterna, los neones impresionando mis retinas, repetitivos ruidos mecánicos a los que ya me he acostumbrado sonando por todas partes y el mundo enloquecido mirandome a la cara.
La habitación está a oscuras. Las luces de la calle pintan de colores claros y danzantes las paredes, iluminando a ráfagas libros, muebles y a veces mi rostro. En la hora de los noctámbulos, en la calle solo hay preguntas. Historias de viejas fatigas y batallas perdidas. Solo, asomado a la ventana, veo fluir el alma de esta ciudad mientras fuera llueve.
El tiempo parece ir deteniendose lentamente, y el sueño no viene. Las preguntas también se agolpan en mi cerebro, barriendome, paralizandome mientras observo caer la lluvia, que lo cubre todo como un manto.
Y las preguntas siempre son las mismas. ¿Quien soy? ¿A que mundo pertenezco? ¿Seré uno de ellos, o como los demás? ¿En que bando juego? Porque por mucho que uno se escabulla, al final siempre hay que elegir.
Y no me consuela pensar que mañana será de día y esas preguntas se han esfumado, porque tarde o temprano volverá a caer la noche, y yo volveré a asomarme a esta ventana y a hacerme una y otra vez las mismas preguntas.
No sé si lo que hago es correcto, pero sé que ahora es lo único que puedo hacer, así que continuaré hasta que algún día esas preguntas hayan encontrado respuesta, o al menos, el tiempo las haya borrado de mi memoria.
No puedo permanecer esperando. Voy a subir a la última planta a ver la ciudad desde arriba, a hurgar en sus contornos y sus sombras, en sus mil historias de tristes derrotas.
O mejor, voy a salir a la calle. Bajo las luces, bajo la lluvia, a unir mis preguntas a las de esta apagada ciudad. ¿Aún recordaré como se habla el interlingua?
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