Hacía mucho tiempo que no venía por el pueblo, pero ya estoy por fin aquí de nuevo. Subo por las estrechas calles y cruzo los lugares donde tantas veces he jugado. A las afueras queda la casa de mi abuela, y cuando me acerco me da un vuelvo el corazón. La casa está en un estado deplorable, con todos los cristales rotos y la puerta desencajada y abierta. Los vecinos me miran de refilón y con cara espantada desaparecen dentro de sus casas. Una sensación indescriptible me embarga, así que entro rápido en la casa.
Todo está echado a perder. No hay luz dentro, un mar de vasos y copas destrozadas cubre el suelo, seguramente obra de algún animal que se ha colado por la puerta abierta. Oigo algunas ratas corretear por el suelo de la sala. El olor a humedad es insoportable. Subo las escaleras iluminado solo por el debil resplandor que entra de la calle. En la habitación de mi abuela, se oye una respiración entrecortada y vacilante. Salto los últimos escalones, que se han hundido. Y me acercó a la alcoba.
Mi abuela yace tumbada boca arriba, en inquieta duermevela. Mis tios estan encargados de cuidarla, pero aquí hace mucho que no entraba nadie. Le susurro su nombre. La llamo como solía hacerlo antaño, y ella me responde debilmente. Está muy delgada, en los huesos. No quiero ni imaginarme cuanto hace que no come nada. Me acerco, y sin importarme la suciedad de la cama, me tumbo junto a ella, y la abrazo. Está muy fría. Le digo que la quiero mucho y que he venido a cuidar de ella, y le doy mil besos. Se está muriendo, ahora lo sé. Trata de hablarme, despacio, con apenas un hilillo de voz.
Sus últimos pensamientos van una y otra vez a una colina que hay cerca del mar, desde donde se ve todo el pueblo y donde ella solía pasear con mi abuelo cuando eran novios. Mi padre me contó que en esa colina ahora han hecho una enorme urbanización, que se llama Vistabella. Se ve desde la carretera cuando entras por la general desde el norte. Insisto en que coma pero no quiere, solo habla de mi abuelo, de lo guapo que era, de lo mucho que le quería, de como le echa de menos. Se está muriendo. Y los dos lo sabemos.
Le pongo su mejor traje, el que más le gusta, el que ha guardado pacientemente para su funeral. Y esta preciosa. Por encima de su cuerpo escuálido, y las manchas en su piel, y sus ojos enfermos, vuelve a ser la misma que conocí de niño, que me daba caramelos y me sentaba en sus rodillas para contarme cuentos. La abrazo con ternura y le digo que nos vamos, a su colina, a pasear como hacía con mi abuelo. A ver el mar. Y la saco de la casa, al sol de la tarde, a la luz, y no dejo de decirle que esta guapísima, y ella con su boca desdentada me sonríe. Los dos sonreimos como hace mucho que no sonreiamos ninguno de los dos. La subo a mis pies, como hacia yo sobre los suyos cuando era pequeño y me ensañaba a bailar. La quiero tanto.
Y en nada hemos llegado a Vistabella. Recorremos toda la colina, danzando, riendo, atisbando el mar desde cada rincón, sonriendo al sol que languidece y que muere poco a poco en el horizonte. Cuando acaba nuestra danza, ella ya se ha marchado. Buen viaje, abuela.
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4 comentarios:
Sí, es extraño... es un sueño muy raro que tuve anteanoche. Desperté llorando. No recuerdo cuando fué la última vez que me pasó algo así, o siquiera si alguna vez me ha ocurrido. De alguna manera, he querido plasmarlo aquí para que no se me olvide nunca.
llorando!
también he tenido esos sueños de despedida, a uno le duele mucho la cara, los ojos, el cuello, los hombros, es raro.. Buuu. que te digo? mil besitos a tus ojos que espero volver a ver algún día!
¿Fue un sueño?
Increíble.
Chicas, en cuanto os descuideis me planto allí a haceros una visita :). Que el mundo es muy pequeño!!!
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