Llueve a mares. Cuando llego a la oficina encuentro la moto de J metida dentro, cerca de la puerta, junto a un enorme charco. A su lado, sobre unas cajas yacen unos pantalones, un par de calcetines, una chaqueta y unas pocas bolsas. Al acercarme a las mesas, para saludar a A y J veo con sorpresa que los pantalones y el resto de la ropa pertenecen a J que en estos momentos esta sentado en calzoncillos esperando que su ropa se seque un poco. Parece que no soy el único al que ha cogido de improviso la lluvia.
Menos mal que esta oficina no suele estar muy concurrida y los dos únicos socios disfrutan de una relativa tranquilidad. Antes de mi llegada hablaban de la necesidad de comprar nuevas tarjetas de visita, porque se les han acabado, y de comprar cartuchos para las impresoras. Vamos, cosas típicas de cualquier oficina. No parece importarles que uno de los dos esté en calzoncillos, y una enorme moto se encuentre justo en medio de la entrada de la oficina. Son gajes del oficio. Además, ¿quien puede venir a molestarles?
Apenas han planteado la pregunta, cuando suena con estrépito el timbre. En la calle se ven un par de personas, un chico y una chica, bien trajeados.
- Seguro que quieren vendernos algo- dice J.
A mira la puerta a ver si consigue imaginarse que quieren. El chico y la chica vuelven a llamar. Se produce un silencio embarazoso.
- Si no te importa, aunque suelo ir yo a recibir las visitas preferiría que hoy abrieras tú, por razones obvias- le dice J a A.
A se levanta y sale a abrir. Desde dentro J y yo escuchamos la conversación. Son representantes de un banco al que hace poco J y A han presentado un proyecto, y vienen a comentarlo porque les interesa. A mira incómodo hacia el interior, a la moto que tiene apenas a unos pasos detrás suyo, a los pantalones mojados sobre la caja, que debería estar llevando puestos J en estos momentos, y a nosotros que hacemos como que trabajamos tecleando en los ordenadores.
- Es que... creo que ahora no es buen momento- dice finalmente.
El chico asiente, sonríe y saca una tarjeta de visita del bolsillo.
- Aquí tenéis nuestra tarjeta. Llamadnos cuando tengáis un rato y buscamos un hueco para negociar vuestro proyecto. ¿Teneis alguna tarjeta de visita...?
¡Mátame camión!
Menos mal que esta oficina no suele estar muy concurrida y los dos únicos socios disfrutan de una relativa tranquilidad. Antes de mi llegada hablaban de la necesidad de comprar nuevas tarjetas de visita, porque se les han acabado, y de comprar cartuchos para las impresoras. Vamos, cosas típicas de cualquier oficina. No parece importarles que uno de los dos esté en calzoncillos, y una enorme moto se encuentre justo en medio de la entrada de la oficina. Son gajes del oficio. Además, ¿quien puede venir a molestarles?
Apenas han planteado la pregunta, cuando suena con estrépito el timbre. En la calle se ven un par de personas, un chico y una chica, bien trajeados.
- Seguro que quieren vendernos algo- dice J.
A mira la puerta a ver si consigue imaginarse que quieren. El chico y la chica vuelven a llamar. Se produce un silencio embarazoso.
- Si no te importa, aunque suelo ir yo a recibir las visitas preferiría que hoy abrieras tú, por razones obvias- le dice J a A.
A se levanta y sale a abrir. Desde dentro J y yo escuchamos la conversación. Son representantes de un banco al que hace poco J y A han presentado un proyecto, y vienen a comentarlo porque les interesa. A mira incómodo hacia el interior, a la moto que tiene apenas a unos pasos detrás suyo, a los pantalones mojados sobre la caja, que debería estar llevando puestos J en estos momentos, y a nosotros que hacemos como que trabajamos tecleando en los ordenadores.
- Es que... creo que ahora no es buen momento- dice finalmente.
El chico asiente, sonríe y saca una tarjeta de visita del bolsillo.
- Aquí tenéis nuestra tarjeta. Llamadnos cuando tengáis un rato y buscamos un hueco para negociar vuestro proyecto. ¿Teneis alguna tarjeta de visita...?
¡Mátame camión!
2 comentarios:
Como la vida misma ...
Es que es la vida misma ;)
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