Acabo de enterarme del terremoto que ha sacudido Chile, y que ha dejado más de un centenar de muertos. Rápidamente he mandado un mensaje a un amigo mío que vive allá, Felipe (una increíble persona, un entrañable compañero) deseándole que se encuentre bien, y esperando que no le haya pasado nada, ni a él ni a sus amigos o familiares. Y tal como lo he mandado no he podido evitar pensar para mi que, en el fondo, un deseo así es siempre egoísta. ¿Acaso los que han muerto no tenían familiares? ¿O amigos? ¿Acaso es menos grave su pérdida por la dudosa falta de no ser familiar o amigo de algún conocido nuestro?
Una sensación parecida experimenté cuando el 3 de julio de 2006 un metro descarriló en mi ciudad natal segando la vida de cuarenta y tres personas, en una estación muy próxima a mi casa. Mi primera reacción entonces fue la misma: Espero que no sea nadie que conozca, ningún amigo, ningún familiar,... Esta esperanza (que después se demostró tristemente vana) me hizo también meditar sobre este asunto. Una voz dentro de mi se negaba a sentir alivio por no conocer a ninguna de las víctimas mortales. Más tarde, resultó que sí conocía a alguna de las víctimas, pero de alguna manera lo sentía por todas.
Por eso, en ocasiones como esta no puedo evitar hacer mías las palabras de John Donne en Devotions Upon Emergent Occasions:
- Nadie es una isla, completo en sí mismo; cada hombre es un pedazo de continente, una parte de la tierra.; si el mar se lleva una porción de tierra, toda Europa queda disminuida, como si fuera un promontorio, o la casa de uno de tus amigos, o la tuya propia. La muerte de cualquier hombre me disminuye porque estoy ligado a la humanidad; por consiguiente nunca hagas preguntar por quién doblan las campanas: doblan por ti.
1 comentario:
Weltschmerz
Publicar un comentario