Como traído por el buen tiempo ese regalo ha venido en forma de ofrenda musical. Una ofrenda en la que caben desde Schubert con su Misa en Sol o el Intende Voci, hasta los Carmina Burana de Orff, pasando por Carmen de Bizet, o Daphnis et Chloé de Ravel, unido a un más que probable viaje a San Petersburgo para asistir a un taller coral. La dulce música invade cada rincón de mi vida, colmando de gozo cada minuto. Y cuando ya parecía que el regalo estaba completo cayó sobre el inmenso pastel la más apetecible guinda, Turandot de Puccini, la única en la que no me estará permitido cantar una sola nota, pero que pienso disfrutar como el que más.
Cuando la noche cae, y todo se va apagando poco a poco, mientras cierro los ojos lentamente y espero que Morfeo me arrastre, suaves cadenas de notas cruzan mi cabeza, hilando melodías otrora aprendidas, y mis labios se curvan en una sonrisa. Que suene la música...

2 comentarios:
ahhhh!!!
que buenoo que estás feliz!
mil y un besitos!!!
Tan guapos todos cantando. ¡Oh, cómo extraño ese mundo a veces!
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