Solo unas lineas cada noche. Apenas dos, o tres, o quizás veinte, o cien (siempre me olvido de contar). A veces no es ni de noche, me vale una tarde o un ratillo antes de comer. Lo importante, lo que realmente me apetece, es sentarme y escribir. Escribir esas pocas lineas a las que me estoy haciendo adicto.
A temporadas, no paro un segundo, y me paso unos días sin escribir nada. Sí, sé que es una excusa muy mala, pero algo de razón sí hay. Vamos, que no es por falta de ganas. A cambio, acepto cualquier cosa. Desde una manada de pingüinos hasta la sonrisa de una chica guapa. Eso sí, prometo no abandonar mi costumbre de escribir esas pocas lineas. Porque sin eso, ¿que me queda?
miércoles, 30 de abril de 2008
viernes, 25 de abril de 2008
Padre putativo
Que ella estaba embarazada de varios meses era más que evidente. Y también que eran más de los dos meses que ellos llevaban casados. Recordó lo que le había dicho su madre, que su mujer no era trigo limpio y que solo le iba a traer desgracias, y deseó haber hecho caso a la pobre mujer cuando aún no era tarde. Además, ella al principio lo había negado todo, para más tarde derrumbarse y confesar alguna media verdad que lo había dejado aún más hundido. Ahora se empeñaba en repetir una y otra vez una historia absurda e inverosímil que caía por su propio peso, como si lo creyera tonto y fácil de engañar.
La verdad es que la boda tampoco le había venido mal a él. Su suegro, el señor Joaquín, le había dado el dinero para montar su propio negocio, una carpintería en el centro del pueblo, y la señora Ana, su suegra, les llenaba la despensa cada vez que pasaba a verlos. Con su aval habían conseguido el dinero para poder comprar la casa, y bueno, parecían contar con bastantes ahorros que irían a pasar a su única hija cuando faltaran. Pensó que ya sabía lo que debía hacer.
Así que, comiéndose toda su mala leche, puso cara bobalicona y preguntó con mucha tranquilidad:
- ¿Estás segura de que se te apareció un ángel, María?
Y ella, con un súbito brillo de esperanza en los ojos le dijo sin parpadear:
- ¡Como lo oyes, José!
La verdad es que la boda tampoco le había venido mal a él. Su suegro, el señor Joaquín, le había dado el dinero para montar su propio negocio, una carpintería en el centro del pueblo, y la señora Ana, su suegra, les llenaba la despensa cada vez que pasaba a verlos. Con su aval habían conseguido el dinero para poder comprar la casa, y bueno, parecían contar con bastantes ahorros que irían a pasar a su única hija cuando faltaran. Pensó que ya sabía lo que debía hacer.
Así que, comiéndose toda su mala leche, puso cara bobalicona y preguntó con mucha tranquilidad:
- ¿Estás segura de que se te apareció un ángel, María?
Y ella, con un súbito brillo de esperanza en los ojos le dijo sin parpadear:
- ¡Como lo oyes, José!
-o-o-o-o-o-
Texto parido anoche durante el ensayo general del Maravilloso Misterio de la Asunción de la Virgen María, en Castellón. Y digo durante en su sentido literal de 'mientras se producía el ensayo general'. Así de aburridos estábamos todos. Resumo en que consiste el famoso Misterio: la virgen se muere, vienen todos los apóstoles y le dan sepultura, y cuando llega Tomas tres días después (ay, Tomas, siempre tarde, siempre tarde) abren el sepulcro y no hay nadie. Y para eso una hora y media...
martes, 22 de abril de 2008
Mi fallera
Quiero hablaros de un vergonzoso secreto. Algo que ha estado dentro de mí, escondido, demasiado tiempo y que puede sorprender y aterrar a aquellos que me conocen. Sin embargo, ha llegado el momento, necesito confesarme, porque yo...
Sí, sí, sé lo que estais pensando y no tengo excusa. Me siento sucio aunque hace tanto de ello...
En concreto, una decada. Diez largos años en los que, en mi memoria, los apasionados sentimientos por la que llamaré mi fallera, han logrado permanecer para vergüenza propia y escarnio ajeno.
La encontré una tarde de marzo de 1998 en la plaza del Pilar, de manera totalmente casual, y enseguida quedé prendido de su dulce rostro. Ella no me vió, tenía los ojos cerrados y esa enigmática sonrisa, tan misteriosa como la de la Gioconda. Supuse que descansaba de los innumerables actos que pueblan las semana de Fallas, y que agotan al más pintado. Solo más tarde supe que en realidad se había quedado dormida, con su traje, su moño y todos los adornos que completan la indumentaria tradicional, sentada sencillamente allí, a la vista de todos. Sin yo saberlo, había caido perdidamente enamorado de ella. Volví cada vez que tuve un rato a aquella plaza, buscandola, buscando su sonrisa, su fino cuello, sus pequeñas pecas, su piel fresca y suave, buscando (¿porque no?) un beso de esos dulces labios.
Aquellas fueron las primeras y las últimas fallas en las que lloré. Pero no lo hice porque se terminaban, ni porque al fin la fiesta me hubiera henchido con su espíritu, el espíritu del fuego. Lloré simple y llanamente porque esas fallas la perdí para siempre. La noche de san José no acudí como de costumbre a mi cita con ella. No tuve valor.
No hubiera soportado ver como la quemaban...
... estuve enamorado de una fallera.
Sí, sí, sé lo que estais pensando y no tengo excusa. Me siento sucio aunque hace tanto de ello...
En concreto, una decada. Diez largos años en los que, en mi memoria, los apasionados sentimientos por la que llamaré mi fallera, han logrado permanecer para vergüenza propia y escarnio ajeno.
-o-o-o-
La encontré una tarde de marzo de 1998 en la plaza del Pilar, de manera totalmente casual, y enseguida quedé prendido de su dulce rostro. Ella no me vió, tenía los ojos cerrados y esa enigmática sonrisa, tan misteriosa como la de la Gioconda. Supuse que descansaba de los innumerables actos que pueblan las semana de Fallas, y que agotan al más pintado. Solo más tarde supe que en realidad se había quedado dormida, con su traje, su moño y todos los adornos que completan la indumentaria tradicional, sentada sencillamente allí, a la vista de todos. Sin yo saberlo, había caido perdidamente enamorado de ella. Volví cada vez que tuve un rato a aquella plaza, buscandola, buscando su sonrisa, su fino cuello, sus pequeñas pecas, su piel fresca y suave, buscando (¿porque no?) un beso de esos dulces labios.
Aquellas fueron las primeras y las últimas fallas en las que lloré. Pero no lo hice porque se terminaban, ni porque al fin la fiesta me hubiera henchido con su espíritu, el espíritu del fuego. Lloré simple y llanamente porque esas fallas la perdí para siempre. La noche de san José no acudí como de costumbre a mi cita con ella. No tuve valor.
No hubiera soportado ver como la quemaban...
jueves, 17 de abril de 2008
De ilusos
Él no podía entenderlo. La miraba hablar, agitar de manera vehemente los brazos, caminar de un lado para otro con expresión de ira, señalarle acusadoramente con el dedo. Él bajaba la vista de vez en cuando y sus dedos pasaban veloces las páginas del grueso volumen sin encontrar lo que andaban buscando, mientras ella, la cara roja de furia, descargaba sobre él todo un torrente de improperios.
Al final, confuso y avergonzado, cerró el libro, y pensó para sí:
- Definitivamente, creo que me han timado con este libro sobre como entender a las mujeres.
Al final, confuso y avergonzado, cerró el libro, y pensó para sí:
- Definitivamente, creo que me han timado con este libro sobre como entender a las mujeres.
lunes, 14 de abril de 2008
Felices 77
Hoy no es un día cualquiera. El aire no tiene el mismo olor, ni el sol brilla como lo ha hecho estos últimos días. Hoy es distinto. Hoy es tu aniversario.
Un día triste y alegre a partes iguales. Triste, porque en todos estos años has visto pasar hambre, miseria, guerras, dolor, vergüenza y muerte; porque has sido testigo del odio sin sentido, de la absurda estupidez destructiva del hombre y de su afan por aniquilar todo cuanto puede parecer una amenaza, y has vivido el drama de ver desposeidos de toda su dignidad a los tuyos.
Pero también un día alegre, porque pese al tiempo transcurrido, sigues entre nosotros, tan llena de vida como siempre; porque conservas intacta la inocencia con la que viniste al mundo, y porque tu momento está aún por llegar, y no será este año ni el que viene; quizás tengas que esforzarte en cumplir cien años o cientocincuenta o doscientos, pero llegará: el momento en el que te yergas de nuevo como hace tantos años y levantando la cabeza sonrias otra vez.
¡Felicidades, vieja y querida Segunda República Española!
Un día triste y alegre a partes iguales. Triste, porque en todos estos años has visto pasar hambre, miseria, guerras, dolor, vergüenza y muerte; porque has sido testigo del odio sin sentido, de la absurda estupidez destructiva del hombre y de su afan por aniquilar todo cuanto puede parecer una amenaza, y has vivido el drama de ver desposeidos de toda su dignidad a los tuyos.
Pero también un día alegre, porque pese al tiempo transcurrido, sigues entre nosotros, tan llena de vida como siempre; porque conservas intacta la inocencia con la que viniste al mundo, y porque tu momento está aún por llegar, y no será este año ni el que viene; quizás tengas que esforzarte en cumplir cien años o cientocincuenta o doscientos, pero llegará: el momento en el que te yergas de nuevo como hace tantos años y levantando la cabeza sonrias otra vez.
¡Felicidades, vieja y querida Segunda República Española!
domingo, 13 de abril de 2008
Abril
Las mañanicas de abril
dulces eran de dormir,
y las de mayo mejor
si no despertara amor.
La ocasión perdida, III, Lope de Vega
dulces eran de dormir,
y las de mayo mejor
si no despertara amor.
La ocasión perdida, III, Lope de Vega
Abril es un mes muy perro. Durante todo el día el sol brilla alto y deja una temperatura muy agradable que aguanta hasta bien entrada la noche. Pero las mañanas...
Las mañanas son frías. Y cuando temprano, la luz empieza a filtrarse por la ventana a la que, una vez más, he olvidado bajar la persiana, un escalofrío recorre mi cuerpo y no puedo evitar hacerme un ovillo bajo las mantas. Es en esas mañanas cuando, medio adormilado aún, alargo la mano buscando la cálida forma de tu cuerpo a mi lado, como si, iluso de mí, por el mero hecho de desearlo, alguna mañana, de forma inesperada, se pudiera cumplir. Pero solo encuentro la fría sabana. Cada mañana de este cruel abril.
Hoy he soñado contigo. Estábamos en una cafetería con mucha más gente. Yo te miraba como embobado, junto a mí, en una conversación que me hacía reír. Al cabo, avergonzado, bajaba la vista, y veía como dejabas, como al descuido, tu cabeza sobre mi hombro. El corazón me ha dado un vuelco, y me he despertado de golpe. Me he girado buscándote con la mano entre las sabanas pero, una vez más, no estabas ahí.
Solo había este maldito frío.
viernes, 4 de abril de 2008
Dolce musica
A veces, las cosas parecen conjugarse para darte, cuando menos lo esperas (que suele coincidir con cuando más lo necesitas) un precioso regalo que te da aire para seguir adelante y mirar el mundo de tú a tú. Y esta vez no podía haber llegado en mejor momento.
Como traído por el buen tiempo ese regalo ha venido en forma de ofrenda musical. Una ofrenda en la que caben desde Schubert con su Misa en Sol o el Intende Voci, hasta los Carmina Burana de Orff, pasando por Carmen de Bizet, o Daphnis et Chloé de Ravel, unido a un más que probable viaje a San Petersburgo para asistir a un taller coral. La dulce música invade cada rincón de mi vida, colmando de gozo cada minuto. Y cuando ya parecía que el regalo estaba completo cayó sobre el inmenso pastel la más apetecible guinda, Turandot de Puccini, la única en la que no me estará permitido cantar una sola nota, pero que pienso disfrutar como el que más.
Cuando la noche cae, y todo se va apagando poco a poco, mientras cierro los ojos lentamente y espero que Morfeo me arrastre, suaves cadenas de notas cruzan mi cabeza, hilando melodías otrora aprendidas, y mis labios se curvan en una sonrisa. Que suene la música...
Como traído por el buen tiempo ese regalo ha venido en forma de ofrenda musical. Una ofrenda en la que caben desde Schubert con su Misa en Sol o el Intende Voci, hasta los Carmina Burana de Orff, pasando por Carmen de Bizet, o Daphnis et Chloé de Ravel, unido a un más que probable viaje a San Petersburgo para asistir a un taller coral. La dulce música invade cada rincón de mi vida, colmando de gozo cada minuto. Y cuando ya parecía que el regalo estaba completo cayó sobre el inmenso pastel la más apetecible guinda, Turandot de Puccini, la única en la que no me estará permitido cantar una sola nota, pero que pienso disfrutar como el que más.
Cuando la noche cae, y todo se va apagando poco a poco, mientras cierro los ojos lentamente y espero que Morfeo me arrastre, suaves cadenas de notas cruzan mi cabeza, hilando melodías otrora aprendidas, y mis labios se curvan en una sonrisa. Que suene la música...
miércoles, 2 de abril de 2008
El tiempo de los cerezos
Ha vuelto ese tiempo, el tiempo de los cerezos, del azahar, de las risas azules y las puertas abiertas, de las sabanas blancas bailando sobre el verde césped.
Me encanta bajar a la calle y notar la brisa fresca envolverme y recorrer mi cuerpo. El sol brilla como no se veía desde hace muchos meses, y acaricia la piel con un dulce hormigueo. Los arboles, el cielo azul, azul de un profundo que quita el aliento, la gente que camina por la calle arriba y abajo con un gesto diferente en la cara, con más alegría, con muchas más sonrisas.
Es difícil definir todo ese cúmulo de sensaciones, esas mudas promesas de lo que serán los próximos meses: paseos y excursiones por la playa (de día o de noche), tumbarse sobre la hierba a ver pasar las nubes, correr, subir, cantar, vivir. Me rindo en el propósito de ponerle palabras, tan solo voy a dejarme llevar y disfrutar de todo como si fuera la primera vez.
Así, el cambio que tanto esperaba ha llegado. Ya está aquí, y atrás quedan todas las cosas que me han ocurrido en esta última etapa. Todo lo bueno y todo lo malo. Lo que me quedará para siempre en la memoria y aquello que ya he olvidado. Tan solo tengo que concentrarme en este tiempo. Tan solo tengo que mirar los cerezos.
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Una gran sonrisa
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