sábado, 9 de febrero de 2008

Puccini y yo

Siempre le he tenido muchísimo cariño a Giacomo Puccini. Sus óperas tienen un lirismo que sobrecoge y emociona de una manera que la mayoría de compositores quisiera para sí. Lejos de las grandes exhibiciones y los libretos enrevesados, Puccini se centra en los sentimientos, en las emociones, creando dramas intimistas, con los que el público se siente rápidamente identificado, y en los que la mujer ocupa un lugar privilegiado. No conozco a ningún hombre que sepa tratar el mundo feménino con la delicadeza y gusto con el que lo hace Puccini. Y a todo ello se une un suceso que me unió más todavía a este compositor.


Todo ocurrió durante unos dias que pasé en la Toscana hace ya unos años. Paseando por Florencia habiamos visto grandes carteles anunciando para el último día de mi estancia en Italia una representación de La bohème en il Giardino di Boboli, detrás del Palazzo Pitti. El problema era que yo dormía en Pisa, y tenía que coger esa misma noche desde allí un tren hacia Milán, porque mi vuelo salía de vuelta a casa a las 9 de la mañana. Descartadas todas las combinaciones de trenes o autobuses para ir a Florencia a ver la ópera y volver, optamos por alquilar un coche para un día y así poder ir y volver en el tiempo previsto.


Claro, ya que alquilas un coche por un día habrá que sacarle partido ¿no? Y allá que nos vamos con el coche acabado de recoger a buscar el Parco Pinocchio, que nos han asegurado queda cerca de Pisa. Y como las carreteras de Italia tienen de todo menos carteles indicadores acabamos perdiendonos y optamos por entrar en el primer pueblo a preguntar: un pequeño lugar del Viareggio, llamado Torre del Lago. Nos sorprende encontrarnos cruzando las calles Turandot, Gianni Schicchi, Le Villi, o la misma Via Puccini. Paramos el coche junto al lago para descubrir a menos de diez metros la Villa Puccini, donde compusó óperas como La Bohème, Tosca o Madama Butterfly, y en la que reposan sus restos mortales en una Capilla construida para él.


Maravillados por la feliz coincidencia, y después de visitar la zona, continuamos nuestra expedición (abandonada ya la idea del Parco Pinocchio por falta de tiempo) en busca del famoso Ponte del Diavolo. Y ya de vuelta, al pasar junto a Lucca, hermosa ciudad amurallada, decidimos visitarla con la singularidad de que solo los residentes pueden entrar con el coche dentro de ella. Nosotros, con la excusa de ser españoles y no entender bien el idioma, así como el tortuoso y enmarañado entramado de las calles pudimos burlar varias veces a la policía y plantar el coche en el mismo Duomo sin ningún problema. A menos de 50 metros de allí, vimos completamente sorprendidos que se encontraba la casa natal de Puccini. Sin pretenderlo, de una manera totalmente casual, estabamos persiguiendo a Puccini por toda la Toscana.

Por la noche todo fue según lo previsto. Llegamos puntuales y bien arreglados a la función (con camisa, peinados, un zapato en cada pie y esas cosas), y disfrutamos mucho, pese a que los cantantes eran un poco flojos, y hacía bastante frío. Al acabar, corriendo de nuevo hacia Pisa, a recoger maletas y subirse al tren. Nos sobraron únicamente diez minutos... Un rato después, en el tren, trataba vanamente de dormir mientras por mi cabeza pasaba una y otra vez lo que había sido sin duda, un día dedicado por entero a Puccini.

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