"Papá, no encuentro mi mochila", oigo desde el pasillo. Es una típica mañana de entre semana, con sus típicas carreras para tenerlo todo listo antes de salir, la típica lucha con peines y cepillos de dientes, y los típicos problemas de última hora. Yo trato infructuosamente de domar los mechones rebeldes que asoman con extraños ángulos desde mi pelo. "¡Papá, mi mochila! No la encuentro", se oye de nuevo, esta vez desde el comedor.
"Está en tu cuarto", respondo sin prestar demasiada atención, satisfecho de los logros hasta ahora conseguidos con mi peine. "Papáaaaaaaaa, no está en mi cuarto," repite la voz esta vez desde otro punto de la casa. "Mira bien, que seguro que está en tu cuarto", grito mientras lucho sin mucho éxito contra los últimos rizos rebeldes. Miro el reloj. No hay más tiempo. Así se quedan.
"Papáaaaaaaaa, ya he mirado y no está". Deberiamos estar ya en camino de la guardería y no aún en casa, sin zapatos y con la bolsa a medio preparar. "¡Papáaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa!".
Y entonces ocurre. Mientras me pongo las sandalias sentado en el suelo del recibidor, digo muy serio y en voz muy alta "Mira bien en tu cuarto, seguro que no has buscado bién. ¿A que voy yo y la encuentro?". De pronto, el horror. Una expresión oscura me transfigura el rostro, mi mente perdida en la terrible y súbita comprensión de un hecho:
De alguna manera, y sin haberme dado cuenta yo de ello, me he convertido en mi propia madre.
jueves, 9 de julio de 2015
domingo, 25 de enero de 2015
...al final del tunel
Hace ya mucho tiempo publiqué una entrada en este cuaderno de vida llamado Un rayo de luz. En él daba cuenta de un descubrimiento fortuito, que parecía de alguna manera responder a muchas de las preguntas existenciales que me atormentaban en aquel momento. Era genial. De pronto muchas piezas parecian encajar de golpe para mostrar algo: un patrón, una dirección.
Solo había un problema. Era un texto que hablaba de superdotados, y suponer que las soluciones que se daban me podían ser útiles era suponer que yo era un superdotado. Nada más escribirlo ya empecé a sentirme molesto. Me disculpé en los comentarios con la sensación de estar siendo petulante, e incluso así llegó a ser percibido por algún lector de esta bitácora, que inmediatamente me lo hizo notar.
Y así sucedió que decidí ignorar mi descubrimiento, y el post, y todo lo que pudiera estar relacionado con él.
Y el tiempo pasó, y no fué hasta que llevaba un tiempo viviendo en mi nueva ciudad, que volvió todo de pronto a mi cabeza. Las mismas preguntas sin respuesta rondaban en mi mente, los mismos problemas que seguían atormentándome. Y esta vez sí, con ganas de mirar la situación de frente.
Y no me arrepiento de ello.
Al final me atreví a hacer un Test de Inteligencia a traves de Mensa en Alemania, y al cabo de unas semanas me mandaron a casa una carta con tres sigmas y una invitación para unirme al club.
Con eso, también unos años de asesoramiento y terapia. De descubrirme a mi mismo y de conocerme mejor. Y sobre todo de aprender a no avergonzarme de mi mismo.
Ser superdotado no es algo de lo que estar orgulloso. Uno nace así. Yo no he hecho nada para ser así, sino que venía conmigo cuando nací.
Pero al mismo tiempo no es algo de lo que avergonzarse. Muchas veces tengo la sensación de que la gente no entiende lo que se siente. Te miran como si se sintieran amenazados o insultados, o como si creyeran que tratas de hacerles sentir inferiores y se colocan a la defensiva. Y no es para nada así.
Ser superdotado tiene ventajas pero también muchos inconvenientes, sobre todo si no se aprende desde pequeño a vivir con ello. Requiere de ayuda profesional en muchos casos, al igual que la necesitaría gente con problemas de aprendizaje.
Ahora tengo en casa una buena colección de libros sobre el tema, y sigo descubriendo cosas nuevas, métodos para mejorar, maneras de sacarle aún más provecho y disfrutar mejor mis habilidades.
Al fin, ese rayo de luz, me ha guiado al final de tunel.
Solo había un problema. Era un texto que hablaba de superdotados, y suponer que las soluciones que se daban me podían ser útiles era suponer que yo era un superdotado. Nada más escribirlo ya empecé a sentirme molesto. Me disculpé en los comentarios con la sensación de estar siendo petulante, e incluso así llegó a ser percibido por algún lector de esta bitácora, que inmediatamente me lo hizo notar.
Y así sucedió que decidí ignorar mi descubrimiento, y el post, y todo lo que pudiera estar relacionado con él.
Y el tiempo pasó, y no fué hasta que llevaba un tiempo viviendo en mi nueva ciudad, que volvió todo de pronto a mi cabeza. Las mismas preguntas sin respuesta rondaban en mi mente, los mismos problemas que seguían atormentándome. Y esta vez sí, con ganas de mirar la situación de frente.
Y no me arrepiento de ello.
Al final me atreví a hacer un Test de Inteligencia a traves de Mensa en Alemania, y al cabo de unas semanas me mandaron a casa una carta con tres sigmas y una invitación para unirme al club.
Con eso, también unos años de asesoramiento y terapia. De descubrirme a mi mismo y de conocerme mejor. Y sobre todo de aprender a no avergonzarme de mi mismo.
Ser superdotado no es algo de lo que estar orgulloso. Uno nace así. Yo no he hecho nada para ser así, sino que venía conmigo cuando nací.
Pero al mismo tiempo no es algo de lo que avergonzarse. Muchas veces tengo la sensación de que la gente no entiende lo que se siente. Te miran como si se sintieran amenazados o insultados, o como si creyeran que tratas de hacerles sentir inferiores y se colocan a la defensiva. Y no es para nada así.
Ser superdotado tiene ventajas pero también muchos inconvenientes, sobre todo si no se aprende desde pequeño a vivir con ello. Requiere de ayuda profesional en muchos casos, al igual que la necesitaría gente con problemas de aprendizaje.
Ahora tengo en casa una buena colección de libros sobre el tema, y sigo descubriendo cosas nuevas, métodos para mejorar, maneras de sacarle aún más provecho y disfrutar mejor mis habilidades.
Al fin, ese rayo de luz, me ha guiado al final de tunel.
sábado, 24 de enero de 2015
Balance
Hoy fué un buen día. Un día para hacer balance. Para ver todo lo bueno y todo lo malo, todo lo que vivido hasta el momento y sopesar lo que queda aún por andar.
Hoy cumplí exactamente cinco años viviendo en la ciudad que amo. Cinco años que, ahora que tengo un poco de tiempo para reflexionar con calma, han dado para mucho.
Cinco años para conocer a mi Significant One, para casarme, para tener un churumbel y verlo crecer unos buenos pocos años. Para terminar cosas pendientes y cerrar heridas abiertas. Para meterme de nuevo en la universidad, y disfrutarla y sufrirla como no pude hacerlo en su momento. Para trabajar y disfrutar trabajando en algo que me entusiasma. Para descubrirme y reinventarme. Para asumirme y perdonarme muchas cosas. Para atreverme a aceptarme y a lanzarme al vacio sin red, pese a que al final si había red, aunque yo no quisiera verla. Para hacer esa prueba que llevaba dos decadas esperando y que siempre he tratado de evitar, y que al final resultó ser un simple paseo en barca y que me ha regalado tres fantásticas sigmas para curar un poco mi ego. Para conocer a tantas y tantas personas, y en concreto ESAS personas que han hecho de la vida algo aún más bonito de lo que ya es.
No se que me espera en el futuro. Solo sé que si es solo la mitad de bueno de lo que han sido estos últimos años, ya vale la pena.
Y para rematar la faena, la noticia, hoy mismo, de que he sido tío por primera vez en mi vida. Y debo decir que es algo realmente bonito.
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