lunes, 13 de septiembre de 2010

Pan sin queso

Ha amanecido lloviendo. La contagiosa alegría que traía el sol cuando entraba temprano por la mañana se ha ido disipando lentamente a lo largo de la noche. Hoy algo ha cambiado.

Ayer tuvimos una concesión al otoño. Como por descuido, un día fantástico se coló entre los turbios días que están precediendo al equinoccio. Un día hermoso y soleado, cálido como un abrazo y limpio de nubes y malos pensamientos. Uno de esos domingos que se disfrutan hasta el último segundo.

Un brunch con Miss Nora y su hermana, y con Zora y Barney. Una visita al Mauerpark, al rastro, al karaoke, a los amigos que pululan arriba y abajo, o yacen risueños sobre el césped. Mis libros nuevos, mis nuevos Cds (¿quien lo diría? El A love supreme de Coltrane, el Moanin de Art Blakey, y el Out to lunch de Eric Dolphy, todos originales por 7 euros). Una cena horario europeo con Desmond (que tiene el detallazo de regalarme un pequeño libro y una postal del año 43). Un divertidísimo Quiz con grandes amigos, muchas risas, pocas preguntas acertadas y la sensación de felicidad que me ha ido acompañando toda la última semana. A medianoche, antes de el S-Bahn se transforme en calabaza, huimos buscando el calor de un pequeño refugio en las alturas. Susurros, sonrisas, y después, solo oscuridad y silencio.

Y esta mañana la lluvia. Algo ha cambiado imperceptiblemente, puedo notarlo. Quizás desapareció el queso, y ahora solo queda sobre la mesa el pan. Desde luego es un buen pan, pan alemán, de ese con semillitas y cosas por el estilo. Y el queso tampoco podía durar eternamente. Pero de alguna manera, sé que voy a echarlo un poco en falta. Quizás solo necesito dormir, y quitarme este pijama de tristeza que me pone siempre la lluvia.

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