Es duro al principio. Vuelves pensando que el tiempo sigue como lo dejaste, y más cuando en tu tierra natal un ponientazo devastador ha elevado las temperaturas sin previo aviso y por tiempo indeterminado, hasta valores dificiles de soportar. Pero no, no aquí. En Berlín, el aire fresco ha tomado las calles, las nubes cubren el mundo vistiendo de gris los coches y edificios. A ratos, una fina lluvia se deja caer cansadamente, mojando silenciosamente el pavimento.
Se acabaron los baños nocturnos, las cervezas en Admiralbrücke, las tardes locas de domingo en el Mauerpark, las horas largas sobre la hierba de los parques. Y no puedo evitar que una sensación de tristeza me embargue. Contaba con poder disfrutar aún de un par de semanas de buen tiempo. Pero ha resultado demasiado pedir. El verano ha muerto y mi corazón se encoge a ratos.
De pronto, a media tarde, un rayo de luz barre la calle. Las nubes dejan filtrarse la luz del sol, y poco a poco los grises se tornan en verdes, en azules, en lindos amarillos.
Es una pena que haya terminado el verano en Berlin, pero... ¡es tan precioso el otoño aquí!
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