sábado, 27 de febrero de 2010

Desgracias

Acabo de enterarme del terremoto que ha sacudido Chile, y que ha dejado más de un centenar de muertos. Rápidamente he mandado un mensaje a un amigo mío que vive allá, Felipe (una increíble persona, un entrañable compañero) deseándole que se encuentre bien, y esperando que no le haya pasado nada, ni a él ni a sus amigos o familiares. Y tal como lo he mandado no he podido evitar pensar para mi que, en el fondo, un deseo así es siempre egoísta. ¿Acaso los que han muerto no tenían familiares? ¿O amigos? ¿Acaso es menos grave su pérdida por la dudosa falta de no ser familiar o amigo de algún conocido nuestro?

Una sensación parecida experimenté cuando el 3 de julio de 2006 un metro descarriló en mi ciudad natal segando la vida de cuarenta y tres personas, en una estación muy próxima a mi casa. Mi primera reacción entonces fue la misma: Espero que no sea nadie que conozca, ningún amigo, ningún familiar,... Esta esperanza (que después se demostró tristemente vana) me hizo también meditar sobre este asunto. Una voz dentro de mi se negaba a sentir alivio por no conocer a ninguna de las víctimas mortales. Más tarde, resultó que sí conocía a alguna de las víctimas, pero de alguna manera lo sentía por todas.

Por eso, en ocasiones como esta no puedo evitar hacer mías las palabras de John Donne en Devotions Upon Emergent Occasions:
Nadie es una isla, completo en sí mismo; cada hombre es un pedazo de continente, una parte de la tierra.; si el mar se lleva una porción de tierra, toda Europa queda disminuida, como si fuera un promontorio, o la casa de uno de tus amigos, o la tuya propia. La muerte de cualquier hombre me disminuye porque estoy ligado a la humanidad; por consiguiente nunca hagas preguntar por quién doblan las campanas: doblan por ti.
Así, me siento triste por todos aquellos que han fallecido, y como no puedo esperar que vuelvan, si espero al menos que su número no siga creciendo.

domingo, 21 de febrero de 2010

Fin (o Mi primera experiencia en la Berlinale)

Era un crimen tener tan cerca la Berlinale y no acercarse a ver alguna película. Y eso que, como dice una amiga mía, para tener la sensación de estar realmente en un festival tienes que ver varias películas, pero pese a los módicos precios y la amplísima oferta, mi mermado presupuesto en espera de conseguir algún trabajo aquí, solo me ha permitido ver un film: Fin, de Luis Sampieri.


El feliz suceso se produjo ayer noche, a las 22,15h en los Cines Cubix, en una esquina de la AlexanderPlatz. Se trata de un enorme multicine de 4 plantas donde se han habilitado, como en otras ocasiones, algunas salas para uso exclusivo de la Berlinale, que este año cuenta con nada menos que 48 lugares de proyección para un total de 276 películas y 102 cortos. La sala en la que se proyecta Fin, al Cubix 9, se encuentra en la última planta, y desde los cristales se contempla una magnífica vista de la Alex con la enorme Fernsehturm, la estación de S-Bahn o la Marien Kirche.


Una vez dentro, la temperatura agradable en contraste con el glacial frío exterior, o las increíbles vistas te hacen sentir cómodo en seguida. La cola para entrar en la sala no es excesivamente larga (luego me enteraré de que no es lo habitual) con lo que cuando menos te das cuenta estas ya sentado dentro en unos sillones muy, muy confortables, y con mucho espacio entre fila y fila (que siempre es de agradecer). Mi amiga Claudia ha llegado unos minutos más tarde que yo, y cuando al fin conseguimos reunirnos, apenas tenemos un par de minutos para comprobar que ninguno de los dos tiene mucha idea de qué podemos esperar realmente de este film.


La película resulta ser un film experimental, en el que (traduzco directamente la reseña) "tres adolescentes se ponen en contacto para realizar un viaje juntos. Gradualmente, más y más pistas señalan cual puede ser el severo destino de dicho viaje". ¡Atención, amigo lector! Si pretendes cometer mi mismo error y ver este film, quizás no deberías seguir leyendo, porque cabe la remotísima posibilidad de que aún no hayas intuido de qué va la película. La palabra clave es gradualmente. Como el mismo director reconoce, es una película difícil de digerir, muy minimalista, a la que se ha despojado de toda lírica para dejar simplemente la mecánica de la muerte, los hechos en si. Los diálogos han sido reducidos a su mínima expresión: no conocemos las razones de ninguno de los tres jóvenes para querer suicidarse, ni tienen intención de justificarse, solo quieren que todo acabe cuanto antes. No llega, no obstante, a enganchar al publico. Aunque la idea es interesante, las tomas excesivamente largas, la difícil comprensión de algunos pasajes, que tratan de contener según el director, a modo de matrioshka, varios planos de significación unos dentro de otros (a mi modo de ver, con muy poco éxito), y el empleo excesivo de la filmación con cámara en mano, hacen de Fin una película árdua y aburrida. Toda posible tensión creada por el guión se desvanece al cabo de pocos minutos, dejando al público completamente indiferente, en el mejor de los casos, y aburrido o dormido en el peor. Algunas personas abandonaron la sala a mitad, y había siempre un rumor de cuchicheos hasta el final. A destacar, los dos o tres momentos en los que uno de los protagonistas parece encararse al espectador al más puro estilo Buñuel, aunque me temo que si bien Buñuel lo hacía con ánimo transgresor, Sampieri lo hace con ánimo de despertar al adormilado público. En definitiva, una buena idea que podía haber quedado perfecta en un corto de poco más de media hora, ahorrándole al público una hora de sopor. Como dirían unos amigos mios, entra directamente en la categoría Able...

La posterior tertulia con el director me acabó de confirmar algunas sospechas. De una película con una lectura muy clara en su conjunto, el director pretendía extraer muchas otras conclusiones o ideas que de ninguna manera quedaban a la vista en la cinta, envolviéndola con una carga filosófica que en ningún momento se dejó siquiera entrever a lo largo de la hora y media de metraje. Justificaciones pobres (o incluso a veces improvisadas) a diferentes elecciones estéticas o al uso de recursos técnicos poco acertados, acabaron de ensombrecer la experiencia de visionado. Una lástima haber empezado así mi experiencia con la Berlinale. Me queda el consuelo de pensar, que para quitarme este sabor de boca, necesito acudir el año próximo a la edición número 61. Y ¿por que no? Para ver muchas películas más, en vez de solo una.

jueves, 18 de febrero de 2010

Absent-minded

M entra en el baño, coge distraidamente el cepillo y la pasta, y se dispone a realizar el mecánico proceso de lavar sus dientes cuando, de pronto, algo le sobresalta. Algo ha rozado su nuca, y de un brusco salto se mueve hacia un lado. Lo primero que piensa es que es una araña, de esas grandes, negras y peludas, como la que vieron el otro día encaramada al techo y que según D presagia la llegada del buen tiempo. Pero no, se trata tan solo de unos pequeños delfines de plástico que cuelgan de una estructura de hilos y varillas, igual que los bonitos móviles infantiles.

De vuelta, la siguiente conversación se produce entre M y D:
- Oye, muy bonitos los delfines del baño.
- Gracias, son un regalo de mi padre por mi cumpleaños
- ¡Ah! ¿Y cuando los has puesto?
- ¿Quieres decir que en las tres semanas que llevas viviendo aquí no los habías visto? Los colgué hace más de un año...

lunes, 15 de febrero de 2010

Die Nuss

No puedo creerlo. Ya estoy en mi piso. Y aunque aún tiene alguna que otra carencia (la nevera y la lavadora, y ese pequeño asuntillo del agua caliente) sé que van a ser poco a poco subsanadas a lo largo de los próximos días. Pero por encima de todo, está esa sensación. La sensación de que al final, después de muchas peripecias, por fin he llegado a Berlin.

jueves, 11 de febrero de 2010

Metropolis 2010

Resulta que hoy ha comenzado en esta urbe la Berlinale, el prestigioso festival internacional que este año cumple su edición número 60 y que planea celebrarlo mañana viernes con el estreno de la nueva versión del clásico de Fritz Lang, Metropolis. Aunque a priori puede parecer que se trata de una versión más de las muchas que ha contemplado la cinta, este nuevo montaje posee el atractivo de estar completamente reconstruido y restaurado gracias a los cerca de 30 minutos extra que han sido hallados recientemente de manera venturosa en Buenos Aires, y que permiten acercarse un poco más al irrecuperable montaje original, que debido a su extensa duración (153 minutos) fue mutilado por los gerentes de las salas de cine americanas para que no sobrepasara los habituales 90 minutos de la época.


Así que aprovechando semejante evento, me he dejado caer por la Deutsche Kinemathek, donde se ha instalado una interesante exposición dedicada a la película. En ella, además de páginas originales del guión y fragmentos de la partitura, se pueden ver trajes, fotografías del rodaje, cámaras de la época, y una detallada descripción con vídeos de ejemplo sobre como crearon los ingeniosos efectos especiales que demandaba una película tan ambiciosa. Para terminar hay también información sobre el hallazgo del rollo en Buenos Aires que ha hecho posible la nueva revisión de Metropolis. Un exposición realmente fascinante, en definitiva, y que ha merecido ampliamente la pena.


Una vez concluida la visita a la parte de Metropolis es siempre recomendable darse un paseo por la exposición permanente, dedicada a la historia del cine y la televisión alemanas. La primera parte, dedicada al cine, es un fantástico paseo que recorre desde los orígenes del cine hasta las películas más actuales pasando por periodos tan emblemáticos como el expresionista, o los duros años de la guerra fría. Pasillos de vértigo, preciosistas maquetas o una sala dedicada por completo a la actriz Marlene Dietrich, hacen de esta parte una experiencia totalmente inolvidable. La parte dedicada a la televisión, de diseño más futurista es también más corta, y si además se desconoce completamente la TV germana, y casi completamente el idioma, se puede ver todo el conjunto en apenas 5 minutos...


Y si al acabar aún os sobra tiempo, hay una pequeña exposición sobre Romy Schneider...
Para terminar, os dejo una pequeña delicia de Segundo de Chomón, uno de los pioneros españoles del cine. Se llama Les Kiriki, acrobates japonais:

sábado, 6 de febrero de 2010

Dos semanas

¿Quién lo diría? Hoy se cumplen ya dos semanas de mi llegada a esta nueva urbe, y yo apenas me he dado cuenta. Entre papeleos, visitas a viejos amigos, conciertos, más papeleos y otras mil y una pequeñas historias el tiempo ha volado en desbandada.


Y en este tiempo he dado un sinfín de pequeños pasos que me van convirtiendo poco a poco en un ciudadano más: desde conseguir un papel que acredita que resido aquí hasta los fútiles gestos que representan abrirse una cuenta de banco o hacerse con un número de móvil. Los incontables nombres de las estaciones de S-Bahn o de U-Bahn comienzan a quedar registrados poco a poco en el cajon de sastre que es mi memoria, y en muchos casos ya empiezan a ir asociados a sitios, personas o vivencias. Al tiempo, mi preciado cuaderno Moleskine de Berlin ya guarda las primeras notas sobre lugares o momentos, y alguna que otra receta.


A lo que no me acostumbro es a la nieve. Y no porque haga un frío atroz, sino todo lo contrario. A mi el frío me gusta y el de aquí es perfectamente soportable. Como dicen en Rusia, no hay tiempo malo sino ropas malas, y en esta ciudad si te abrigas lo suficiente se está muy bien. Es al hecho en sí de estar rodeado de nieve en plena ciudad, algo completamente desconocido para mi, a lo que no me acostumbro. Sigo, dos semanas despues, sientiendo la misma dicha cuando salgo a la calle y veo ese manto blanco cubriendo la tierra, o mejor, cayendo desde el cielo sobre la ciudad. Me es imposible enumerar cuantas sonrisas me ha procurado y me sigue procurando algo tan simple como la nieve.


Sin embargo, hay algo que no me permite sentirme aún un berlinés de pleno derecho. Un pequeño detalle que define quizás completamente lo que han sido estas semanas. Y és el hecho de no tener todavía mi espacio propio. Llevo desde que aterricé aquí en casa de amigos, y aunque estoy cómodo y rodeado de gente fantástica soy consciente de que esto no es más que una situación transitoria, y siento pese a la comodidad y la calidez que aún no estoy en casa.


Afortunadamente, eso va a cambiar muy pronto, y si no ocurre nada, a mediados de esta semana que pronto empezará estaré ya empezando mi nueva vida en mi propio espacio, un pequeño estudio en el barrio de Prenzlauer Berg de dimensiones bastante reducidas pero realmente encantador. Lo he bautizado cariñosamente como die Nuss, la nuez, y estos dias he estado ya en él, limpiándolo un poco, montando muebles de Ikea, y organizando cacharros. Solo faltan por llegar la lavadora y la nevera, y para entonces, ya seré aquí uno más...

Una gran sonrisa

Hacia mucho que no me dejaba caer por aquí. Nunca me he olvidado de este rincón de mi alma, pero en algunas épocas de mi vida esta menos pre...