Era un crimen tener tan cerca la Berlinale y no acercarse a ver alguna película. Y eso que, como dice una amiga mía, para tener la sensación de estar realmente en un festival tienes que ver varias películas, pero pese a los módicos precios y la amplísima oferta, mi mermado presupuesto en espera de conseguir algún trabajo aquí, solo me ha permitido ver un film: Fin, de Luis Sampieri.
El feliz suceso se produjo ayer noche, a las 22,15h en los Cines Cubix, en una esquina de la AlexanderPlatz. Se trata de un enorme multicine de 4 plantas donde se han habilitado, como en otras ocasiones, algunas salas para uso exclusivo de la Berlinale, que este año cuenta con nada menos que 48 lugares de proyección para un total de 276 películas y 102 cortos. La sala en la que se proyecta Fin, al Cubix 9, se encuentra en la última planta, y desde los cristales se contempla una magnífica vista de la
Alex con la enorme
Fernsehturm, la estación de S-Bahn o la Marien Kirche.
Una vez dentro, la temperatura agradable en contraste con el glacial frío exterior, o las increíbles vistas te hacen sentir cómodo en seguida. La cola para entrar en la sala no es excesivamente larga (luego me enteraré de que no es lo habitual) con lo que cuando menos te das cuenta estas ya sentado dentro en unos sillones muy, muy confortables, y con mucho espacio entre fila y fila (que siempre es de agradecer). Mi amiga Claudia ha llegado unos minutos más tarde que yo, y cuando al fin conseguimos reunirnos, apenas tenemos un par de minutos para comprobar que ninguno de los dos tiene mucha idea de qué podemos esperar realmente de este film.
La película resulta ser un film experimental, en el que (traduzco directamente la reseña) "tres adolescentes se ponen en contacto para realizar un viaje juntos. Gradualmente, más y más pistas señalan cual puede ser el severo destino de dicho viaje". ¡Atención, amigo lector! Si pretendes cometer mi mismo error y ver este film, quizás no deberías seguir leyendo, porque cabe la remotísima posibilidad de que aún no hayas intuido de qué va la película. La palabra clave es gradualmente. Como el mismo director reconoce, es una película difícil de digerir, muy minimalista, a la que se ha despojado de toda lírica para dejar simplemente la mecánica de la muerte, los hechos en si. Los diálogos han sido reducidos a su mínima expresión: no conocemos las razones de ninguno de los tres jóvenes para querer suicidarse, ni tienen intención de justificarse, solo quieren que todo acabe cuanto antes. No llega, no obstante, a enganchar al publico. Aunque la idea es interesante, las tomas excesivamente largas, la difícil comprensión de algunos pasajes, que tratan de contener según el director, a modo de matrioshka, varios planos de significación unos dentro de otros (a mi modo de ver, con muy poco éxito), y el empleo excesivo de la filmación con cámara en mano, hacen de Fin una película árdua y aburrida. Toda posible tensión creada por el guión se desvanece al cabo de pocos minutos, dejando al público completamente indiferente, en el mejor de los casos, y aburrido o dormido en el peor. Algunas personas abandonaron la sala a mitad, y había siempre un rumor de cuchicheos hasta el final. A destacar, los dos o tres momentos en los que uno de los protagonistas parece encararse al espectador al más puro estilo Buñuel, aunque me temo que si bien Buñuel lo hacía con ánimo transgresor, Sampieri lo hace con ánimo de despertar al adormilado público. En definitiva, una buena idea que podía haber quedado perfecta en un corto de poco más de media hora, ahorrándole al público una hora de sopor. Como dirían unos amigos mios, entra directamente en la categoría Able...
La posterior tertulia con el director me acabó de confirmar algunas sospechas. De una película con una lectura muy clara en su conjunto, el director pretendía extraer muchas otras conclusiones o ideas que de ninguna manera quedaban a la vista en la cinta, envolviéndola con una carga filosófica que en ningún momento se dejó siquiera entrever a lo largo de la hora y media de metraje. Justificaciones pobres (o incluso a veces improvisadas) a diferentes elecciones estéticas o al uso de recursos técnicos poco acertados, acabaron de ensombrecer la experiencia de visionado. Una lástima haber empezado así mi experiencia con la Berlinale. Me queda el consuelo de pensar, que para quitarme este sabor de boca, necesito acudir el año próximo a la edición número 61. Y ¿por que no? Para ver muchas películas más, en vez de solo una.