viernes, 29 de agosto de 2008

Champú de tomate

El miércoles por la mañana estuve dándome un baño muy especial. Y digo especial en todos los sentidos. Primero, porque me bañé en público con muchísima gente (unas 40.000 personas según el diario Levante). Segundo, porque me bañé en tomate (sí, sí, como suena). Tercero, porque no solo me bañé, sino que lancé tomates a diestro y siniestro contribuyendo a bañar a otra gente. Cuarto, porque la gente con la que acudí es genial y ayudaron a hacer aún más inolvidable el evento. ¿Que de qué hablo? De la Tomatina, una fiesta que se hace cada año en Buñol, y en la que se han lanzado este año la friolera de 115.000 kilogramos de tomate.

Llegamos bastante pronto. A las 9 de la mañana ya buscamos sitio por las calles de Buñol y nuestro variopinto grupo (formado por 3 españoles, 1 belga, 1 austriaco, 1 brasileña, 1 alemana, 2 mexicanos, 2 ingleses, 1 australiana y 1 neozelandesa) se situaba en una de las calles principales en lo que demostraría ser un craso error. Iba pasando el tiempo, y la calle poco a poco iba llenándose. Los vecinos amenizaban la espera empapando con mangueras a los transeúntes o lanzando baldes de agua desde los balcones y ventanas. La calle se iba llenando lentamente, y pese a las recomendaciones y normas de la Tomatina, la gente fue despojándose de sus camisetas y comenzó a lanzárselas completamente empapadas a los demás.

En una de aquellas algunos de nuestro grupo fueron impactados en la cara por camisetas mojadas y enrolladas y decidieron moverse a una calle más tranquila. En nada estaba comenzando la Tomatina, pero cual fue nuestra sorpresa cuando comprobamos que, primero, cuando llegaban los camiones a nuestra altura ya habían vaciado su contenido, con lo que poco tenían para lanzar, y segundo, que la calle era tan estrecha que al pasar los camiones todos se apretaban en las aceras y corríamos riesgo de morir allí aplastados por la muchedumbre. Los pocos que quedábamos del grupo en esa calle decidimos tratar de buscar otro lugar, pero la marea de gente no nos dio tiempo a buscar la manera. Fuimos literalmente arrastrados a dos calles de distancia por una muchedumbre que nos empujaba hacia fuera. Íbamos tropezando constantemente por los pisotones o los zapatos rotos o arrancados de los pies de sus dueños por la corriente roja de agua y tomate, y las muchas camisetas que yacían en el suelo. Nuestra primer impresión resultaba bastante pobre, y empezábamos a estar un poco decepcionados. Por ahora no habíamos visto mucho tomate, ni habíamos tenido sitio donde lanzar nada.

Decidimos buscar al resto del grupo, los que habían buscado otra zona. Y aquí la suerte nos acompañó. Diego, que volvía de hacer aguas menores (no quisimos saber donde), se cruzó con nosotros por pura casualidad y nos llevó donde estaban todos: una calle muy empinada, donde había gente en una cantidad soportable, y con la ventaja de que los camiones acababan de vaciar siempre su contenido de rojos tomates en lo alto de la calle, con lo que al poco tiempo, un fluido denso y fresco nos inundaba los pies hasta por encima de los tobillos arrastrando hasta nosotros mucho tomate que lanzar. El tacto era extraño, notabas como el tomate s metía por entre los dedos de los pies, o como te rozaban cantidad de objetos inidentificados sumergidos en el denso menjunje rojizo. En este punto ya nadie tenía reparos, y algunos vándalos, al grito de "¡Chino!" manteaban a cualquiera con pinta de oriental, y arrancaban salvajemente entre varios las camisetas de aquellos que aún las llevaran puestas. Nosotros creímos prudente quitárnoslas y llevarlas colgadas del pantalón. Y a partir de aquí todo fue un puro frenesí. Nos agachábamos desesperados a recoger tomates del suelo para lanzárnoslos unos a otros, sin poder dejar de reír, completamente embadurnados de tomates.

Y no hay mucho más. Cuando nos hartamos de recibir tomatazos bajamos al río a bañarnos, con ropa y todo en los tramos que aun no habían sido invadidos por la gente. El resultado no fue muy alentador: reemplazamos una pequeña porción del tomate acumulado en nuestra piel, por tarquín negro y maloliente. Menos mal que los vecinos de Buñol contribuían a la causa sacando sus mangueras a la calle y ayudando a la gente a quitarse toda la porquería de encima. O al menos, la mayor parte. Después, una hora al sol esperando completamente apiñados como sardinas en lata para poder coger el tren en lo que es una de las peores organizaciones que he visto jamás. Luego, una vez ya en el tren, una cabezadita de 40 minutos mientras volvíamos a la urbe, y de ahí a casa, a ducharse, comer (a las 6 de la tarde se producía por fin tan deseado momento) y dormir una buena siesta (de dos horitas que supieron a poco). Por este año, mi Tomatina se había terminado.

Prometo actualizar este post en cuanto me envíen las fotos, para que podáis tratar de ver a lo que me refiero con lo de bañarse en tomate...

lunes, 25 de agosto de 2008

Asalto nocturno

Conduce sin prisa. Solo queda un kilómetro escaso para llegar al pequeño pueblo. Atrás han quedado las curvas y revueltas de la carretera, y ahora tan solo queda una recta prolongada que lleva hasta las fabricas y pequeñas naves diseminadas que hay a las afueras. Es de noche y la luna aún no ha aparecido sobre el horizonte. Con un profundo suspiro, se permite unos instantes para recordar, y su semblante se vuelve aún más triste.

De pronto, como salidos de la nada, dos figuras vestidas de colores oscuros y con pasamontañas son alumbrados por los faros del vehículo. Están parados en mitad del carril y hacen señas al conductor. Él frena de golpe a escasos metros de ellos, y se los queda mirando completamente sorprendido. Sin embargo, en unos instantes reacciona y acelerando de nuevo invade el carril contrario y esquiva a las dos figuras que permanecen en pie sobre la carretera. Y parece que le ha venido justo, pues en cuanto esta arrancando alcanza a ver a una tercera persona que se acerca por el lateral con la intención de abrir la portezuela del acompañante e introducirse dentro del coche, sabedor de que casi nadie cierra los seguros de las puertas. Oye un ruido cuando el nuevo desconocido aferra la manija, pero el coche ya se aleja deprisa.

Cuando ha avanzado un par de centenares de metros, da media vuelta al coche y vuelve a toda velocidad. Los tres individuos discuten acaloradamente cuando ven al coche de nuevo venírseles encima. Saltan al arcén, y echan a correr como alma que lleva el diablo perdiéndose en las cercanías de la fábrica de azulejos. El conductor pasa de largo y cuando esta a distancia prudencial da media vuelta y enfila hacia el pueblo. De los tres asaltantes no queda rastro.

Parece de película, ¿verdad? Que se lo digan a mi padre. Le ocurrió el día que murió mi abuelo y volvía del hospital al pueblo para arreglar papeleo.

sábado, 23 de agosto de 2008

Tormenta estival

"¿Cuándo acabarás, verano asqueroso?
En una película ya estariamos en otoño.
Un fundido y fuera, o un buen temporal...
sería bonito, ¿eh?"
Nuovo Cinema Paradiso (1988), Giuseppe Tornatore


Anoche nos sorprendió la lluvia. Cayó de pronto, sin avisar, y con una intensidad que costaba de creer. Lo bueno es que al cabo de poco empezó a correr un aire fresco realmente delicioso.

Sí, anoche nos sorprendió la lluvia. No estaba en la calle, pero tampoco me habría importado. Allí, mirando llover, me sentí como Roy Batty o Deckhard sobre los tejados de Los Angeles, pero sobre todo, como Totó esperando angustiado el fin del verano. Y por unos instantes, con el olor de la calle mojada y de la noche fresca, fuí feliz.

jueves, 21 de agosto de 2008

Viaje de un marcapáginas


Hace unos días, leyendo un libro sobre cuentos mitológicos de la India que saqué de la biblioteca, me volvió a ocurrir. Disimulado entre las hojas había un marcapáginas, rectangular como la mayoría y de un color negro alternado con letras y detalles naranjas.

Lo extraje con cuidado preguntándome por donde habría pasado aquel pequeño marcapáginas. A quien había visto leer, que lugares había conocido, entre que libros había dormido dulces sueños de letras. Y así abstraído dejé pasar completamente la tarde.

Hace ya años que tengo un pequeño ritual para estos casos. Al principio los conservaba, como recuerdo, para una pequeña colección que iba creciendo poco a poco. Luego, un poco triste por cortar así, de raíz, la iniciativa viajera de esos trocitos de cartón decidí cambiarlos de libro cuando los devolvía a la biblioteca. Así pretendía asegurarme de que tuvieron acceso a otras manos, a otros libros. Un día sin embargo, cambié el encontrado por uno de los mios. El siguiente que encontré lo retire por el ultimo, y así sucesivamente hasta el día de hoy. Así, debería retirar el que acabo de encontrar y sustituirlo por el que hallé la última vez, y dejar este a la espera de un nuevo barco, de una nueva oportunidad de ver mundo.

Sin embargo, se me ha ocurrido algo mejor. Voy a hacer mis propios marcapáginas. Y quiero que sean austeros. Blancos, o de un color suave. Sin dibujos ni motivos de ningún tipo. Solo una pequeña columna para poder escribir sucesivamente la fecha, el sitio y el nombre de quien lo encontró, y así poder seguir su periplo por el mundo. Y sé que es muy dificil que el mismo marcapáginas vuelva a caer en mis manos o incluso que salga de la ciudad en la que vivo, pero ¿quien sabe? Seguro que hay más gente como yo que es capaz de viajar sobre la suave superficie de un marcapáginas.

viernes, 15 de agosto de 2008

SMS

Es curioso como puede cambiar tu estado de ánimo con una cosa tan sencilla como un SMS. Así, te levantas un día, cansado con sueño acumulado desde hace dos semanas, solo, y con un ligero gusto a melancolía en la boca. Desayunas de manera mecánica, solo por meter algo en el cuerpo hasta que te hagas a la idea de empezar a cocinar algo para comer, con la cabeza perdida quien sabe a cuantos kilómetros de aquí, y el corazón medio olvidado en el cajón de los calcetines.

Y entonces, el teléfono móvil vibra un par de veces y queda inmóvil de nuevo como hace unos segundos. Te acercas con curiosidad y miras la pantalla. Tienes un SMS. Aprietas un botón y el mensaje aparece ante tus ojos. Y el gesto adusto desaparece para dejar paso a una sonrisa. No de esas forzadas de foto; una auténtica, de las que te nacen como un cosquilleo dentro de la boca y te explotan en los labios para ramificarse por todo tu cuerpo. Y a partir de ese momento parece que el sol brilla más, y el cansancio sigue, pero ya no pesa tanto, y decides que después de todo no hay porque tomarse las cosas tan a pecho.

Y así, una cosa tan simple y sencilla como un SMS ha obrado el milagro. Gracias a todos y todas los que teneis la virtud de mandar mensajes en el momento oportuno.

lunes, 11 de agosto de 2008

De nuevo aquí

Esta mañana a las 5 horas y 8 minutos de la mañana bajaba del autobús que completaba la fase final de mi viaje a tierras rusas. La Operación Estrella Roja había concluido con éxito. Pese a la guerra recien comenzada entre Rusia y Georgia hemos tenido un viaje largo y agotador pero sin ningun incidente.

En breve quiero hacer un pequeño resumen de como ha ido la expedición, pero hasta entonces sirva esta pequeña nota para deciros que estoy muy bien, y de nuevo aquí.

Una gran sonrisa

Hacia mucho que no me dejaba caer por aquí. Nunca me he olvidado de este rincón de mi alma, pero en algunas épocas de mi vida esta menos pre...