Acabo de llegar a casa, exhausto, extremadamente cansado, pero feliz. Este fin de semana ha sido, no voy a negarlo, un fin de semana más, sin sucesos extraordinarios, ni curiosos viajes, ni aventuras inolvidables, pero de alguna manera ha sido especial.
El viernes tarde estuve haciendo papeleo. De ahí a un concierto en el Mercado de Colón, que los chicos de Broadway Melodies le dedicaron a Sinatra por que este año se cumple el décimo aniversario de su fallecimiento. Fue muy bonito volverles a escuchar, aunque fuera solo por media hora: en nada me fui a toda prisa a jugar mi partido semanal de futbito.

El partido resulto mejor que de costumbre. Sorprendentemente conseguí anotar cinco goles, cuando de normal puedo estar contento si marco uno solo. Y en la portería, además de descansar y recuperar un poco de fuelle, hasta me permití parar balones. Supongo de todas maneras, que esta feliz racha es flor de un día, y el próximo viernes volveré a mi normal nivel de juego (caracterizado por la descoordinación motriz, y la ausencia absoluta de energía para aguantar todo el encuentro).
Del partido aterricé en casa de Julie, que se curró una cena chulísima y un juego de hombres-lobo, que resultó realmente divertido. La buena compañía y el tequila hicieron el resto. Sábado para dormir y estudiar, y para preparar disfraz, porque por la noche teníamos la fiesta sorpresa de Carlos que nos ha cumplido 30 añitos (¡ahí es nada!). Lo pasamos genial.

Y el domingo, estudiar por la mañana, y luego comida en casa de JC y Alex, y sesión maratoniana de rodaje para ir acabando los proyectos que tenemos entre manos. Al final, vuelves a casa destrozado, pero con la sensación de que pese a no ser un fin de semana especial, lo has disfrutado como si lo fuera.
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