martes, 29 de julio de 2008

El crudo blanco (y 2)

Una vez terminada la comida venía lo más duro, obligarnos a volver a colocar las mochilas en nuestras espaldas, y paso a paso dirigirnos por la carretera hacia el pueblo. Fuera llovía a ratos, así que decidimos esperar a que parara un poco. Teníamos la cara roja, quemada por el sol, los miembros entumecidos y un completo agotamiento.

Abandonamos un poco después la pista de esquí, caminando en fila india por el arcén de la carretera mientras la lluvia que ya se había convertido en suave nevada volvía a cogerse poco a poco. La protección que llevábamos era a todas luces insuficiente; nuestra ropa no estaba preparada ni llevábamos calzado adecuado. Tras un rato todos teníamos los pies mojados, aunque como estaban calientes de caminar apenas se notaba. A los lados de la carretera se comenzaron a ver zonas en blanco tal como los pequeños copos iban cuajando. Cuando nos quisimos dar cuenta la nieve comenzaba a apilarse en grandes cantidades en la cuneta, mientras nosotros seguíamos caminando fatigosamente paso a paso por la carretera.

Fue muy extraño ver como la carretera que seguíamos iba desapareciendo poco a poco bajo una blanca capa de nieve hasta que desapareció por completo el asfalto. La nieve caía con fuerza y teníamos que taparnos la cara porque el impacto de los copos helados en nuestras rojas mejillas nos hacia saltar de dolor. Solo una pequeña rendija entre las capas de ropa nos dejaba entrever, no ya el camino, sino el metro por delante de nuestros pies que íbamos a pisar a continuación.


No había donde guarecerse, donde descansar o sentarse un momento a tomar aire. Solo había camino y nieve. Y de pronto llegamos a una bifurcación: hacia delante el camino proseguía, y hacia la izquierda, una senda forestal anunciaba un atajo hacia el pueblo que podía ahorrarnos un buen par de kilómetros. La tentación era demasiado grande, pero temíamos encontrar que el camino estaba impracticable y tener que volver sobre nuestros pasos, o peor aún, que pudiera ocurrir un accidente en el firme terroso e irregular que debía haber debajo de la nieve. Sin mirar atrás, continuamos por la carretera preguntándonos si hacíamos lo correcto, y si seriamos capaces de aguantar esos kilómetros extra que acabábamos de elegir.

La carretera seguía sin parecer que fuera a acabar nunca. Solo oíamos el golpeteo de nuestros propios pies moviéndose con una cadencia rítmica muy lenta y cansada, el viento helado lanzándonos la nieve a la cara y nuestra respiración. Solo algún esporádico coche se atrevía a pasar muy de vez en cuando, dejando sus huellas oscuras en el pavimento durante unos escasos segundos antes de que la nieve las sepultara de nuevo.

Necesitábamos descansar, beber, desceñirnos de la espalda las mochilas que se empezaban a cobrar su precio marcando de manera cruel nuestros hombros. Así que cuando vimos la pequeña caseta pensamos que no era posible que tuvieramos esa suerte. Alejada a unos 50 metros de la carretera había una pequeña construcción, rodeada de nieve por todas partes. Nos acercamos a toda prisa abandonando el camino que habíamos recorrido durante un buen par de horas, mientras en nuestra mente se repetía insistentemente la misma frase:

Por favor, que la puerta esté abierta...

3 comentarios:

gemelo malvado dijo...

Vale, ahora imagínate lo mismo pero con Cosa y Joan en el grupo
juuuuuuur jejejeje

Bueno, y ¿cuando lo repetimos?

Al filo de lo gamb, Operación Pirineos.

omrot dijo...

Pronto. Muy, muy pronto... jejejejeje

Ya tengo ganas de volver a cargarme la mochila a la espalda. Porque las pasamos putas, pero que buenos recuerdos despues... :P

omrot dijo...

Además, Cosa y Joan iban frescos, que lo nuestro parecía una procesión de zombies: Juanma, Vanessa, Moncho, Edu y yo...

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