miércoles, 4 de abril de 2007

Una vez fuí figurante

Han pasado ya casi dos meses desde que se inició la aventura...

... y medio desde que terminó.

Eso deja un mes y medio en el que he vivido, soñado, pensado y respirado ópera por cada poro de mi cuerpo todos los minutos del día. El responsable, Giuseppe Verdi, y su Simon Boccanegra. Pero, ¿como empezó todo? De la manera más tonta.

Estaba hablando con una amiga, y dada mi condición de multi-pluriempleado sub-mileurista, tuve que rechazar su propuesta de hacer un retiro espiritual de una semana con los monjes del monasterio de Silos, por escasez de fondos. Ella, como quien no quiere la cosa, me comentó que quien no trabaja es porque no quiere, y que en el flamante palacio de la ópera que han construido en esta urbe buscaban figurantes para un nuevo montaje.

Dicho y hecho, envié mi currículo y el día señalado, bajo una lluvia de mil demonios, me presenté al casting de selección con mi hermano que también se había animado. Muchos nervios, algunos conocidos y una cantidad enorme de personas esperando para tratar de conseguir un hueco entre el elenco. Al final, los hombres tuvimos suerte (hacían falta muchos soldados) pero las mujeres lo tuvieron más crudo; solo necesitaban seis y se habían presentado casi cuarenta. Mi hermano y yo estábamos dentro. ¡Íbamos a ser figurantes!

Empezamos a primeros de febrero y llevábamos el alma a flor de piel, tratando de empaparnos de todo. Tanto tiempo alejado de las tablas a uno se le olvidan todas esas sensaciones, esa dulce droga que es el teatro y que llena todos y cada uno de los rincones del cuerpo. Acreditaciones, visitas al laberíntico interior del coliseo, almuerzos o meriendas en la cantina. Pero lo mejor de todo la gente. Se creó desde el principio un lazo muy especial entre el grupo de figuración hasta el punto de que parecía que nos habíamos conocido toda la vida. Lo mejor es que ese vínculo aún subsiste pese a que cada uno sigue haciendo su camino por su cuenta, y seguimos quedando para hacer cosas juntos o irnos de fiesta de vez en cuando.

Recuerdo perfectamente los ensayos. Como llegábamos y nos poníamos nuestra ropa cómoda para movernos por el escenario. Las regañinas de los regidores a los que se retrasaban y aparecían mientras el director de escena nos estaba dando ya instrucciones. Los primeros escarceos con los palos de madera que más tarde se convertirían en flamantes espadas o antorchas. La magia de la ópera a cada acorde del piano que nos acompañaba al preparar las escenas.


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