Hoy Berlin ha amanecido envuelta en un gris abrigo de niebla. No tan espesa que no se pueda ver el otro borde del canal, pero si lo suficiente como para que los corredores o ciclistas que recorren el Weigandufer por las mañanas parezcan surgir de la nada por entre los arces que jalonan el pequeño sendero. Bien abrigado con mis guantes, mi gorro y mi bufanda, paseo sobre el amarillo manto de hojas que cubre el húmedo suelo. En los claros, donde la verde hierba parece blanca de rocío y escarcha, se empieza ya a ver la tierra oscura.
Mientras Zora corretea ajena al profundo frío yo miro pensativo el nuevo otoño: otro más, una nueva vuelta en este carrusel de feria que es el mundo. Y sin embargo, me sigue sorprendiendo. Sigo disfrutando con sus colores, con los aromas de las hojas y la tierra húmeda, con el olor de la leña quemada y de la comida hecha al fuego, con la quietud, con el suave murmullo de la lluvia.
Dentro de unos meses estaré hasta el mismo gorro de todo esto, en especial de la lluvia, y estaré deseando que llegue de nuevo la primavera. Pero mientras tanto, voy a disfrutar este nuevo otoño.
Le subo un poquito el volumen a la tercera de Brahms en mis auriculares y sigo sonriente mi camino.
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