La calle, fría y húmeda, resplandece bajo el tímido sol invernal que hoy se ha dignado a aparecer. Es el primer día de un nuevo año, hace apenas unas horas estrenado, y en la desierta ciudad no se ve a nadie. Solo los aguerridos dueños de algún perro hollan los sucios adoquines, más por obligación que por gusto, en esta fría mañana de enero.
Les veo caminar, cruzarse saludos y felicitaciones en ese misterioso idioma que solo entienden aquellos que poseen un can, les veo contemplar los devaneos y juegos de sus perros, alegres estos y totalmente ajenos a fechas o festividades, mientras el resto de la ciudad duerme la fiesta del viejo año.
Y lo sé, porque también yo puedo ser considerado ahora dueño canino, aunque eso... eso ya es otra historia.
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