
Siempre, desde que tengo memoria, me ha gustado ver las luces de la ciudad.
Cuando apenas era un renacuajo que no llegaba al alféizar de la ventana, y mis ojos necesitaban de una pequeña ayuda óptica, me encaramaba como podía al anochecer a la ventana del cuarto de mis padres que daba a un amplio deslunado, y allí, olvidadas las lentes sobre la cama, miraba sin ver, las infinitas luces que llenaban la ciudad como una extraña constelación de estrellas fluorescentes. Me sobrecogía ver tantas luces y una súbita emoción me recorría el cuerpo como años después conseguirian hacerlo las estrellas y constelaciones de verdad. Desde entonces, y pese a que ya no uso gafas, me sigue gustando mirar las luces de la ciudad, cada una un mundo de vidas y sueños, un pequeño universo de risas y llantos.
Y si persevero, a veces, por encima de los tejados aparece tímida la luna...
4 comentarios:
Yo querría vivir en un ático...
Empieza comprándote un zulo, buscador!
Amo también las luces de mi ciudad, aunque haya quien se queje de ella sin conocerla o los más neuróticos que yo sólo le encuentren defectos (sin salir de ella; les encanta también)
"Durante el día, el hombre es consciente de lo que le rodea, pero por la noche su alma se libera y expresa la propia esencia del Yo"
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