Subo la Friedrichstraße a buen ritmo y tras apenas cruzar el río y vislumbrar delante de mí los colores del Friedrichstadtpalast, noto como mi corazón se acelera y como fruto de la excitación, una sonrisa me sube a los labios. En la caja una cola no excesivamente larga (teniendo en cuenta que he llegado con hora y media de antelación) y junto a la entrada principal la alfombra roja con todos los focos encendidos, aunque es poco probable que alguien la utilice esta noche (nadie espera ver aparecer al maestro Eisenstein). Una corta espera y por fin tengo en la mano mi entrada: Octubre, con la sorpresa añadida de que la música la pone en directo la Rundfunk-Sinfonieorchester Berlin. Mi primera entrada de este año, y confío en que no la última. Si bien por una pequeña pero adorable razón no voy a poder llevar el ritmo de películas del año pasado, voy a intentar de todas maneras dejarme imbuir por ese mágico sentimiento, esa sensación de formar parte de algo sensacional, ese espíritu de la Berlinale.
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