martes, 24 de febrero de 2009

Primeras impresiones de Suiza

Salgo por la puerta 7 de la terminal de Malpensa. Ha sido un vuelo bastante tranquilo, y puedo decir que lo he pasado casi por completo dormitando plácidamente en mi asiento con el Just jazz de Aldo Romano de banda sonora para mis sueños.

Justo donde me indicó mi hermano espera un pequeño minibús de Star Bus con la indicación Malpensa-Lugano. Le enseño mi reserva y llamo a Andros para decirle que todo va bien. La impaciencia me puede. Veinte minutos más tarde, con dos personas más a bordo, partimos por fin hacia Suiza.

Miro hacia adelante buscando con la mirada los Alpes, pero delante de mi solo aparecen llanos campos cubiertos de arboles que parecen no terminar nunca. Pero esto acaba pronto, el minibús toma el desvío a Como, y al girar para tomar la nueva carretera, una enorme mancha oscura aparece al fondo, una inmensa montaña que se vuelve aún más inmensa cuando al acercarnos empezamos a distinguir que lo que hay por encima de la roca no es cielo, si no nieve blanca y deslumbrante. Contengo la respiración por unos instantes y me deleito con la vista.


La carretera parece querer serpentear hacia un paso entre las montañas, pero de pronto y sin previo aviso entramos en un túnel. Como más adelante comprobaré, toda esta región esta surcada de túneles, verdaderas obras maestras de ingeniería que agilizan la circulación esta zona tan montañosa. Este en cuestión no es excesivamente largo, y en cuanto lo abandonamos una súbita vista del lago de Como, con sus pueblecitos adosados a las laderas de las montañas, con su alegre contraste de blanco verde y azul, y enmarcado por las altas montañas vuelve a dejarme sin aliento. No puedo evitar sonreír: ¡es uno de los sitios más bonitos que he visto en mi vida!


La última fase del viaje se me pasa volando. Miro absorto a todos los lados, incrédulo, incapaz de comprender del todo bien que sitios así pueden existir. Pasamos la aduana sin problemas, y en nada llegamos a Lugano, donde mi hermano me está ya esperando. ¡Estoy en Suiza!

lunes, 23 de febrero de 2009

Pequeñas alegrías

Un día normal, pongamos un miércoles, vuelvo caminando a casa desde el Portland Ale House. Apenas se han encendido las farolas y hace una noche fresca, de esas en las que la ciudad se ve coqueta en su desnudez invernal y apetece pasear sin prisa por las rumorosas calles.

En mi cabeza flotan todavía retazos, frases sueltas escuchadas esta tarde, sin orden ni concierto, mientras mi mente vuela a miles de kilómetros de aquí. He estado hablando con alguien a quien hacía bastante que no veía, quizás un par de años, y la puesta al día me ha proporcionado más datos de los que mi cerebro puede retener.

De pronto, algo me sobresalta. En las isletas de Marques del Turia, hay un montón de estructuras a medio montar. Parecen casetas de feria, aunque antes de darme siquiera cuenta ya las he identificado: están montando los stands de la Feria del Libro Viejo y de Ocasión. Un gozo increíble me recorre el cuerpo de arriba a abajo, y una sonrisa espontánea brota de mis labios. Puedo imaginarme las casetas terminadas, con sus estanterías repletas de libros, ese olor característico, mezcla de polvo, papel y humedad; puedo imaginarme a las personas caminando despacio de una a otra, acariciando los lomos de los viejos ejemplares, preguntando por tal o por cual volumen (¿Qué tiene de Vazquez Figueroa?, Disculpe busco una edición bilingüe de Hojas de hierba de Whitman).

Al cabo, el ensalmo se va desvaneciendo, y las casetas vuelven a ser lo que son: estructuras vacías a medio montar, todo placas de contrachapado y hierros sueltos, pero en los que yace ya, la promesa de lo que llegaran a ser. Con la sonrisa aún en los labios, prosigo mi camino hacia casa, saboreando esta pequeña alegría inesperada.

Una gran sonrisa

Hacia mucho que no me dejaba caer por aquí. Nunca me he olvidado de este rincón de mi alma, pero en algunas épocas de mi vida esta menos pre...