Un viaje de mil millas empieza con el primer paso.
Lao Tse
Come uno straniero
non sento legami di sentimento
e me ne andrò
dalla città
nell’attesa del risveglio.
Franco Battiato
El día que cansado de naufragar en el hastío descubres que lo que más deseas hacer en esta vida es viajar, las paredes de casa, tan familiares, tan queridas, empiezan a oprimirte, y como un tigre enjaulado no puedes dejar de dar vueltas en la cárcel de mármol de esta soberbia metrópolis que te ha visto nacer y crecer.
Ese día algo se rompe definitivamente y solo puedes hacer dos cosas; asumirlo y seguir con tu vida de rutinas y pequeñas batallas cotidianas, o rebelarte, resistir, cambiar tu destino. Y después de un largo y complicado verano lleno de experiencias, he decidido que yo quiero cambiar mi destino. Dejar atrás esta urbe y moverme lejos, en un viaje de más de mil millas a otro lugar, a otra ciudad donde llevar mis nuevas ilusiones para que florezcan como el azahar en primavera. A una ciudad que me atrae inexorablemente, Berlin.
Debo responder de antemano que no; no hay ninguna belleza rubia de ojos azules a la que vaya persiguiendo, aunque reconozco que no me desagradaría que así fuera. Pero no, solo somos Berlin y yo, cara a cara. Un viaje para conocerme mejor, para conocer gente, para conocer más mundo. Un viaje con fecha de salida, pero sin fecha de retorno. Un viaje para el que llevo ya un mes preparándome y para el que aún me quedan al menos tres más para conseguir los objetivos que me he fijado: reunir un mínimo de dinero, aprender lo suficiente de alemán, y buscar algún trabajo por allí. Y me anima ver que por ahora todo va según lo previsto.
Y bueno, confieso que me da un poco de miedo. Partir solo, a la aventura, sin saber que voy a encontrar, ni cómo irá todo, ni si me va a gustar vivir allí; pero esa emoción, ese dulce hormigueo que me recorre todo el cuerpo y que me hace sentir vivo cada vez que pienso en el viaje, no puede ser malo. El mundo está ahí fuera, esperándome. Yo solo tengo que dar el primer paso...